He ahí lo que quería Rodríguez
Es él, a través de la tensión que genera deliberadamente, el causante de esta violencia política (y de género) que se encarniza con tres mujeres valientes.
Es el presidente del Gobierno en persona quien ha lanzado a una piara salvaje a las puertas de la Facultad de Ciencias Políticas de la UCM para agredir a Rosa Díez, el que azuzó la jauría que atacó a Dolors Nadal en la UPF y el que excitó a las bestias que arremetieron contra María San Gil en Santiago.
Es él, a través de la tensión que genera deliberadamente, el causante de esta violencia política (y de género) que se encarniza con tres mujeres valientes. Una simboliza la dignidad en el País Vasco y avergüenza con su sola presencia a los Patxinadies del claudicante socialismo que un día tuvo derecho a llamarse español. Otra encabeza la lista popular en Cataluña, donde el PSOE se lo juega todo en las próximas elecciones. La tercera representa una brecha del propio PSOE, y por ella puede escapársele a Rodríguez una bolsa de votos imprescindible.
Que el presidente de un Gobierno se declare dispuesto a generar tensión en su país es de por sí motivo suficiente para incluir su nombre en cualquier lista de enemigos de la democracia. Que su compinche mediático le reafirme en su idea bastaría en un entorno de medios de comunicación decentes para jubilarlo. Pero que tras la charla conspirativa de los dos agitadores senior se lancen los junior a la violencia contra los adversarios principales del PSOE es la constatación de lo que algunos ya sabíamos y otros acaso empiecen a entender:
El PSOE alcanzó el poder movilizando el voto de un millón y medio de radicales. Alentó un estado de amenaza y coacción contra su adversario que tuvo sus precedentes en la demagogia del Prestige y el "No a la guerra", su cenit en el golpe político-mediático del 11 de marzo y sus más ominosas derivaciones en la asunción por el gobierno de la cláusula octava de los Pactos del Tinell que habían aupado al primer tripartito: sistemática exclusión del PP, aherrojamiento, cosificación y linchamiento moral (y a ser posible físico) de sus cargos, militantes y votantes.
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