Ignacio Cosidó
El crispador crispado
Muchos socialistas se han perdido y ya no saben en qué tramo andan: si en el de la radicalidad, en el de los insultos al adversario o en el de la crispación (que ellos llaman tensión)
A tres semanas de las elecciones el PSOE vive en un absoluto desconcierto estratégico. Zapatero ha sometido a su partido a tal vaivén político a lo largo de la Legislatura que muchos socialistas ya no saben ni donde se encuentran. Comenzó la Legislatura identificándose con el voto antisistema que le dio un triunfo inesperado en marzo del 2004. Intentó girar al centro cuando comprendió que su alianza parlamentaria con los independistas radicales y el fracaso de su negociación con ETA espantaban a sus propios electores moderados. Pero los nervios electorales de última hora le han inclinado finalmente, como él mismo confesó de forma involuntaria a su amigo Gabilondo, por la crispación y el insulto como única estrategia. En el camino muchos socialistas se han perdido y ya no saben en qué tramo andan: si en el de la radicalidad, en el de los insultos al adversario o en el de la crispación (que ellos llaman tensión).
Pero además de generar desconcierto en sus propias filas, este constante cambio de discurso y de estrategia ha conducido a Zapatero a perder la iniciativa política, algo que un Gobierno nunca puede permitirse, y menos en un periodo preelectoral. Los temas que se debaten son siempre los que el Partido Popular pone encima de la mesa, con un PSOE a remolque porque no tiene ninguna propuesta que ofrecer a los ciudadanos. Es más, en asuntos como el de la inmigración, los socialistas han tenido que corregir sus furibundas e injustificadas críticas iniciales de racismo y xenofobia al darse cuenta de que la mayoría de la sociedad está de acuerdo con el contrato de integración propuesto por Rajoy.
Zapatero ha colocado además al PSOE a la defensiva. La falta de iniciativa política ha convertido a los candidatos socialistas en meros defensores de la inicua (que no inocua) gestión de Zapatero con explicaciones cada vez más peregrinas para justificar los malos datos económicos o los errores cometidos por su líder a lo largo de la Legislatura. Peor aún, muchos dirigentes socialistas recriminan en su fuero interno a Zapatero que no haya adelantado las elecciones para evitar que la crisis actual se manifestara de forma tan nítida. Olvidan que para un optimista “antropoilógico” como Z el futuro nunca puede ser peor que el pasado.
Con una crisis económica que amenaza con ser imparable y un partido que ve cómo su líder reniega de sus siglas y sólo reivindica su Z, la opción elegida por Zapatero es una campaña negativa basada en volver a movilizar el voto antisistema. Para ello, él ve esencial demonizar al Partido Popular, a la Iglesia, a los empresarios y a todos los estereotipos inventados por la izquierda más rancia de Europa. Una estrategia que puede volverse en contra porque los ciudadanos españoles están cada vez más cansados de los políticos que tan sólo saben insultar y descalificar al adversario sin ofrecer una sola idea constructiva.
En un escenario abierto como el actual la campaña electoral va a tener una influencia decisiva para decidir el próximo Gobierno de España. Estoy convencido de que los españoles sabrán valorar la iniciativa política de Rajoy, sabrán valorar las soluciones a los problemas reales de los españoles que el Partido Popular propone y observarán con creciente distancia cómo Zapatero se zambulle en su propio pozo de crispación, en su alberca de tensión y drama. La cuestión ya no es que el PP puede ganar, sino que el PP va a ganar las próximas elecciones porque es lo mejor para España y para todos los españoles.
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