Un anacronismo de Ansón
Ansón, parecen implicar sus palabras, considera que una gran dosis de corrupción acompaña de forma normal a la política, y sólo vale la pena denunciarla, exagerándola, por conveniencia del momento.
En una entrevista con J. A. Fuster y J. A. Méndez en la revista Chesterton, Luis María Ansón dice, entre otras cosas llamativas, que "la operación de acoso y derribo contra Felipe González estaba sustentada, no en la corrupción o el GAL; sino en que había ganado cuatro elecciones e iba a por la quinta. Y si habíamos salido de una dictadura de 40 años no era para entrar en otros 40 de una socialdemocracia como la sueca, sin cambiar el Gobierno."
¡Unas pocas frases pueden revelar un mundo! Es decir, que, según él, no se trataba de que el PSOE lo hiciera realmente mal (Ansón no se cansa de llamar a González "hombre de Estado"), sino de manipular a los electores, simplemente porque algunos personajes, en la sombra, habían decidido que ya bastaba de poder socialista y convenía (les convenía a ellos) una alternancia. He aquí una actualización del sistema de la Restauración, que en su tiempo y solo al principio pudo ser aceptable, pero no hoy, desde luego. Concepto caciquil, porque la democracia permite la alternancia, pero no obliga a ella si el partido en el poder, manteniéndose las reglas del juego, lo hace lo bastante bien para ganar sucesivas elecciones, o sus adversarios lo hacen lo bastante mal.
Las frases de Ansón falsean, además, la historia: esa alternancia manipuladora sería el objetivo suyo, de Ansón, pero no, desde luego, el de otros periodistas como Jiménez Losantos, José Luis Gutiérrez o Antonio Herrero, que denunciaban la corrupción y el socavamiento, por los enterradores de Montesquieu, de las normas que permiten la libertad ciudadana. Para estos no había acoso y derribo al estilo del orquestado por el PSOE contra Suárez, sino denuncia de unas muy reales fechorías del "hombre de estado" y sus cohortes. Ansón, parecen implicar sus palabras, considera que una gran dosis de corrupción acompaña de forma normal a la política, y sólo vale la pena denunciarla, exagerándola, por conveniencia del momento. Los otros –enorme diferencia– entendían que esa corrupción y demás fechorías hacían peligrar el sistema democrático al "latinoamericanizarlo" y que urgía cortar esa deriva.
No menos significativa la alusión a la dictadura de Franco. El antiguo director de ABC se precia, no sabemos si en serio, de haber sido el mayor enemigo de aquel régimen. Hubo, nadie lo ignora, una oposición monárquica al franquismo, de la misma estirpe de los partidarios del trono que trajeron la república mediante un golpe de estado contra los propios electores monárquicos, o de la que durante la pasada guerra mundial pudo, con imprudencias que rondaban, al menos, la traición al país, haber introducido a España en la contienda y provocado una segunda guerra civil. La transición originó una carrera de distintos grupos políticos por atribuirse el mérito de la democracia y convencer de ello a la gente, pero, por supuesto, la democracia actual no ha venido de esa oposición monárquica, ni del resto de la oposición. Ha venido precisamente del franquismo. Y nada puede ser más perjudicial para un pueblo que olvidar su propia historia.
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