Destituido gracias a un lapo
Esto de que las cuestiones más candentes de la política nacional se diriman en sede parlamentaria mediante un combate de escupitajos es una novedad que hay que agradecerle a la democracia cristiana de Italia
Algunos reptiles lanzan un escupitajo venenoso a su agresor cuando se sienten en peligro. Es una forma de defensa que a veces resulta efectiva y permite a la víctima salvar la vida en circunstancias agónicas, algo bien conocido por las ciencias naturales. Lo que no sabíamos hasta esta semana es que hay una especie de político, el senatoris italiannus, que también utiliza esta técnica para amedrentar a sus rivales. En este caso no se trata de un mecanismo de autodefensa sino de una técnica de ataque muy agresiva que puede dejar inconsciente al enemigo, como ocurrió en la cuestión de confianza presentada contra Romano Prodi.
De las imágenes del suceso no queda claro si el arma utilizada fue el lapo común o el gargajo, parecido al primero pero bastante más asqueroso, aunque lo cierto es que el resultado fue igual de efectivo. La víctima, de gran sensibilidad si reparamos en algunos epítetos que le fueron dedicados tras su escena de transfuguismo político, cayó inmediatamente en un estado de semiinconsciencia del que tuvo que ser atendido por los servicios médicos de la cámara romana.
El agresor, como buen demócrata-cristiano, hizo con su salivazo un alarde de puntería no exento de potencia, pues el proyectil sobrevoló dos bancadas antes de impactar en el objetivo: la arteria carótida del tránsfuga, que tras el impacto dejó de regar adecuadamente el cerebro hasta provocarle el desmayo.
Esto de que las cuestiones más candentes de la política nacional se diriman en sede parlamentaria mediante un combate de escupitajos es una novedad que hay que agradecerle a la democracia cristiana de Italia, en cuyo haber hay anotadas otras grandes aportaciones a la ciencia política como la de formar un Gobierno en coalición con los comunistas, que tanta vidilla dio a los italianos en la década de los setenta, o la curiosa manera de satisfacer las aspiraciones de ciertos grupos de presión, algo en lo que Giulio Andreotti fue todo un maestro.
Dejemos pues de recordar a los democratacristianos su tradicional querencia por la traición. El senador italiano que dejó fuera de combate al tránsfuga inicia una nueva etapa que probablemente acabe con la leyenda negra de la democracia cristiana. Sólo falta que el ejemplo se extienda a nuestro parlamento, donde los elementos de esa tendencia política abundan en todos los partidos, incluidos algunos nacionalistas. Con un buen adiestramiento las sesiones de control al Gobierno pueden ser antológicas. Yo de Rajoy ordenaría a los suyos que empezaran a entrenar.
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