Un mundo comunicativamente plano
Las dos últimas semanas me las he pasado en tierras lejanas, entre China, Corea y Japón. Y aunque no es la primera vez que me pasa, sí ha sido claramente la ocasión en que más lo he notado: me he ido, sí, pero sin dejar de estar aquí.
Las dos últimas semanas me las he pasado en tierras lejanas, entre China, Corea y Japón. Y aunque no es la primera vez que me pasa, sí ha sido claramente la ocasión en que más lo he notado: me he ido, sí, pero sin dejar de estar aquí.
Intentemos definir y enumerar las diferentes herramientas a mi alcance y su grado de madurez: la ya muy popular Skype me permite, en cualquier momento, aparecer en la ventana de cualquiera de mis contactos, saber si éstos están conectados o desconectados –y viceversa, que ellos lo sepan también de mí– y hablar con ellos de una manera completamente natural, viéndonos las caras y los gestos. Nada novedoso, pero sí diferencial cuando hablamos de un grado de madurez de ya varios años: hoy en día mi Skype, además de ser prácticamente público y notorio, lo tienen, además de mi familia y amigos, cualquiera de mis alumnos actuales y ex-alumnos desde hace varias promociones. No voy a aventurarme con un número, pero sí sé que ha dado para, además de hablar con mi familia todos y cada un de los días de estancia y sistemáticamente más de una vez al día, para saludos ocasionales y conversaciones con varios otros amigos, y hasta para una entrevista con un medio. Para todas estas actividades, el hecho de que yo estuviese a varios miles de kilómetros de distancia y a siete u ocho horas de diferencia ha resultado completamente indiferente.
De hecho, en algunos casos, el uso de Skype se tornó en una variante la mar de curiosa: en lugar de mantener una conversación, mi mujer y yo nos limitábamos a dejar la ventana de Skype abierta mientras hacíamos cualquier otra cosa en el ordenador, como si estuviésemos trabajando cada uno delante del otro, y simplemente cruzando comentarios, frases u observaciones ocasionales por cualquier motivo. Una auténtica "ventana abierta a mi casa", desde el otro lado del mundo, pero con una sensación de proximidad total. Y con un coste prácticamente nulo, dado que las infraestructuras que se precisan para ello se amortizan entre una enorme variedad de tareas más.
Otra herramienta habitual que ha estado "en el candelabro" durante estas dos semanas ha sido Gtalk. La mensajería instantánea de Google, disponible prácticamente para cualquiera que conozca mi dirección de correo electrónico, permite intercambios rápidos de comunicación textual, y se convierte en enormemente conveniente para coordinar temas de trabajo, enviar un enlace, o dejar una nota abierta en la pantalla de la otra persona para que la vea cuando vuelva a sentarse ante el ordenador, con mucha más agilidad que la que proporciona un correo electrónico. De nuevo, coste nulo, disponibilidad total, apertura a un número enorme de personas. ¿Resultado? Añadamos a la ecuación correos electrónicos, páginas web, comentarios en el blog, etc., y durante estas dos semanas he podido trabajar con personas y desarrollar ciertos temas como si en realidad no me hubiera ido.
Pero el clímax de la sensación de "mundo plano" vino con la ocasión que tuve de participar en un video para una empresa del sector tecnológico: la empresa y yo habíamos pactado mi participación para una fecha en la que me correspondía estar en Madrid, tras haber descartado la posibilidad de que me acercase a grabar a su sede en Londres. Sin embargo, un cambio de fechas hizo que el día de la grabación, en la que participaban además otras personas, coincidiese en Shanghai. Y ante mi llamada para disculparme, la respuesta inmediata, completamente natural: "¿Y qué? No pasa nada, en Shanghai también tenemos una sede". La experiencia fue impresionante: acercarme a un edificio en una zona céntrica de la ciudad, para encontrarme en él con dos personas situadas en Londres, a las que en todo momento vi a tamaño natural, en pantalla de alta definición, con sonido perfectamente direccional, delante de mí al otro lado de la mesa. Una sensación la del centro de telepresencia completamente futurista, pero para nada comparable a lo que ya tenemos aquí: la presencia prácticamente real, holográfica, en la que una persona verdaderamente "aparece" ante los ojos de otros independientemente de su localización real.
Durante dos semanas, he experimentado mucho más que en ningún otro de mis viajes la sensación de "mundo plano", de "estoy lejos pero no me he ido", con enormes ventajas de todo tipo y sólo algunos inconvenientes: combinado con el jetlag y con siete u ocho horas de diferencia horaria, es una de las mejores maneras que conozco de acabar durmiendo entre poco y nada. Pero independientemente de este tipo de cosas, que invariablemente precisan de un cierto ajuste, he tenido la sensación de poner en práctica todo eso que contamos que la tecnología puede hacer, y además no soy –obviamente– el único que lo hace. De hecho, ni siquiera podría pensar en intentar sentirme exclusivo por ello: miles de personas en todo el mundo utilizan estas y otras tecnologías a diario, empezando por los propios alumnos de los cursos que estaba enseñando.
Hace pocos años, mis posibilidades de seguir en contacto con mi familia o mi trabajo pasaban por comunicaciones de voz, una experiencia incómoda, incompleta e insultantemente onerosa. Hoy, los mismos que me ofrecían esas comunicaciones caras ven como apago mi teléfono móvil durante dos semanas para no incurrir en su costosísimo roaming, y sin embargo, paso a estar más conectado en lugar de más aislado. Interesante, ¿no? En pocos años, el mundo se ha convertido en un lugar comunicativamente plano, y en menos aún hemos pasado de un uso excepcional por algunos innovadores a un uso casi generalizado a determinados niveles. ¿Poco sorprendente? En efecto. Y precisamente por eso, impresionante.
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