El juego de la cuerda
Aunque únicamente fuese porque alguien tiene que hacerlo, los medios de comunicación tienen que mirar a los políticos con el único afán de recordarles, permanentemente, que hay una parte de la sociedad que no se deja atropellar.
Perdonen si sigo con el debate sobre el necesario perfil bajo del Partido Popular, pero me es a mí más necesario que nunca. Claro es que no da igual un partido que otro. Yo he abandonado la consideración de voto al PSOE porque éste no tiene remedio, y me abro a la posibilidad de votar al PP, a Ciudadanos o a alguno otro. Es seguro que un Gobierno de Rajoy no será tan desastroso como el de Zapatero, por supuesto, y considero razonable que Rajoy se transmute en un centro posibilista y tolerable a la izquierda tolerante (que tampoco hay tanta) por pura necesidad electoral.
No negaré que, como me aseguran, Rajoy sea el Merlín de los tiempos políticos, el gurú de los mensajes electorales, el zahorí del votante español. Yo mismo no me considero muy bueno en la adivinación electoral, y de hecho pensé hasta el último minuto que los españoles votarían mayoritariamente al Gobierno atacado por el terrorismo. Claro, que entonces me tendría que haber dedicado a la necromancia, y no me refiero a los 191 cadáveres calientes, sino al alma de los españoles.
Pero hay cosas que sí sé. Sé que la misión de ganar elecciones para el PP la tiene Mariano Rajoy y no yo. Sé que, como periodista, mi compromiso está con la verdad y, en mi caso, con la libertad. Y sé que todo mi deseo está en hacer a los demás partícipes de mis valores, algo de lo que estoy seguro, pues basta con no desvirtuarlos mucho con la palabra para que sean enormemente atractivos.
Cómo negar que haya políticos cuyo principal ánimo sean los intereses, rectamente entendidos, de los ciudadanos. Pero aunque sólo sea porque para algunos no lo es, aunque sólo fuere porque pueden confundir nuestros intereses con su ejercicio de poder, aunque únicamente fuese porque alguien tiene que hacerlo, los medios de comunicación tienen que mirar a los políticos con el único afán de recordarles, permanentemente, que hay una parte de la sociedad que no se deja atropellar.
Este es el juego de la cuerda. Si ganamos nosotros tendrán que ser los políticos quienes se acerquen a nuestras ideas. Si son nuestras ideas las que ceden, entonces los que no tengan remedio seremos nosotros.
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