El opio de la secta
En la concepción de la democracia que albergan en el partido de Z, no solamente las leyes, sino también la moral y la verdad emanan exclusivamente de los poderes que se hallan bajo su control.
Acabo de leer ese documento pergeñado por los cráneos privilegiados del PSOE, intitulado Las cosas en su sitio, y me he quedado donde estaba. En mi sitio, quiero decir. Y, mayormente, en la impresión de que las huestes de Pepiño están listas para emborronar las paredes con pintadas de "Rouco a la cárcel", que ocupen el lugar de aquellas de "Tarancón al paredón" que hacía la extrema derecha en los años finales de la dictadura. Pero no sólo he viajado a aquellos tiempos, sino también, gracias al susodicho y a Bermejo, a la Venezuela de Chávez, donde el caudillo las ha tenido tiesas con la conferencia episcopal por haberse opuesto ésta a su demolición de las libertades. El golpista se declara católico, como nuestro Blanco, e igualmente alejado de la jerarquía, aunque su desconfianza en ella nacía a edad temprana, cuando su abuelita le decía "¡Cuidado con los curas!" cada vez que le veía vestido de monaguillo. Así pues, Chávez y los hombres de Z tienen en común, por lo menos, el mismo enemigo.
El caso es que lo que el sanedrín socialista proyecta mediante insinuaciones cristaliza en la peregrina tesis de que los católicos no tienen derecho a salir como tales al espacio público y político para criticar al Gobierno y las normas legislativas desde la perspectiva de sus valores morales. Hete aquí, pues, que quienes defendieron denodadamente los derechos políticos de los miembros de Batasuna, o sea, de ETA, para justificar la tolerancia hacia sus aquelarres durante el "proceso", sostienen que ha de privarse de sus derechos civiles a los miembros de una confesión religiosa. Hete aquí también que los mismos que callan y otorgan cuando los nacionalistas instrumentalizan el deporte para avanzar hacia la secesión, sacan la artillería verbal contra los católicos por celebrar lo que llaman un mitin político encubierto. Y he ahí a los que no formulan un reproche a los clérigos que ensalzan el nacionalismo y dan cobijo moral al entramado terrorista, lanzándose a la yugular de los que se han pronunciado contra ETA y el secesionismo. Definitivamente, los enemigos del "Gobierno de España" no son los enemigos de la España constitucional. Nada nuevo bajo el sol de Z.
Lo asombroso, sin embargo, no son tanto los términos desmesurados de la reacción gubernamental a un acto de los católicos en defensa de su concepción de la familia, como la reacción en sí misma. El hecho de que el Gobierno se haya situado en el mismo plano que la Iglesia católica como si compitiera con ella, de manera que su declaración de hostilidades se asemeja a la que pudiera formular una confesión religiosa contra otra. Y es que en la concepción de la democracia que albergan en el partido de Z, no solamente las leyes, sino también la moral y la verdad emanan exclusivamente de los poderes que se hallan bajo su control. La obsesión por la Iglesia católica que muestra el zapaterismo no es propia de no creyentes, sino de beligerantes en el terreno de las creencias. Selectivos, eso sí. Hostigan a las que no se orientan de acuerdo a su conveniencia, mientras que, como buenos laicistas de pacotilla, piden respeto para los islamistas que imponen la teocracia, vulneran los derechos humanos y no dan carta de ciudadanía a las mujeres. Con los ayatolás, alianza de civilizaciones y con los católicos, a muerte. La descomposición ideológica del socialismo español ha conducido a un desentierro de señas de identidad caducas. El anticatolicismo hace resonar viejos tambores de guerra, concentra resentimientos y satisface a los gurús de la secta.
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