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Pío Moa

La mal llamada guerra de independencia

Fueron los intelectuales patriotas y liberales de Cádiz quienes marcaron el camino más adecuado; como lo marcaba el liberalismo useño o el inglés, más que el francés.

Mal llamada porque España era un país independiente, aunque estuvo cerca de convertirse en dominio francés. Fue, propiamente hablando, una guerra de liberación. Asistimos ahora a una marea de descrédito contra la resistencia española, según la cual los invasores franceses representaban la libertad y el progreso, y el pueblo español que les combatió el oscurantismo y la barbarie. Se trata de una serie de errores o falsificaciones, como casi siempre ocurre con nuestra tosca historiografía autodenominada progresista.

El ejército de Napoleón, claro está, no defendía nada parecido a la libertad. Así lo entendieron pronto Inglaterra y la mayoría de las naciones europeas que sufrieron sus depredaciones. Representaba una corriente totalitaria e imperialista salida de la Revolución francesa: el nacionalismo francés exacerbado y mezclado con la "libertad" al estilo rusoniano de la "voluntad general", es decir, la tendencia totalitaria opuesta al liberalismo de estilo anglosajón y al español de las Cortes de Cádiz. Además, los invasores significaban la expansión de Francia hasta el Ebro y la conversión del resto del país en una semicolonia. En rigor, las aventuras de Napoleón recuerdan en muchos aspectos a las de Hitler.

Los destrozos, saqueos y brutalidades del ejército francés en España marcaron época. Solo pueden compararse a los realizados por el Frente Popular durante la Guerra Civil del 36. ¿Es por tanto extraño que los historiadores y políticos amantes de Negrín, más algunos despistados e irreflexivos, detesten la lucha hispana contra Napoleón y la vilipendien cuanto pueden? No mucho, la verdad.

La invasión francesa supuso para España una triple desgracia, porque interrumpió traumáticamente una evolución pacífica hacia mayores libertades, facilitó la liquidación del imperio español y dejó la herencia del golpismo militar, los "pronunciamientos" urdidos por lo común en las logias masónicas del ejército. Además, la demagogia de los invasores y los "afrancesados", combinada con sus atrocidades, empujó a una gran parte del pueblo a identificar el liberalismo con la imposición y el despotismo extranjero, y a rechazarlo todo junto, por una reacción lamentable, pero explicable, depositando una fe milagrera en un personaje tan repulsivo como Fernando VII.

El que una parte de los intelectuales (pero no todos, claro está), optase por servir a los franceses refleja tanto su servilismo como su completa falta de visión política, y es un fenómenos que se repite en todas las tiranías, como ocurriría con las de Hitler y Stalin. Pero fueron los intelectuales patriotas y liberales de Cádiz quienes marcaron el camino más adecuado; como lo marcaba el liberalismo useño o el inglés, más que el francés.

¿Qué decir de esa campaña contra aquella resistencia en la que el pueblo español derrochó valor y se manifestó plenamente como una nación, pese al derrumbe de sus estructuras centrales y el mal comportamiento de su clase política? Queda en evidencia la mezcla de una distorsión fundamental de la historia con el donjulianismo irreprimible de nuestras turbias izquierdas, secundadas por bastantes despistados que les hacen el juego. Son los mismos que han descalificado la Restauración y se han identificado con lo peor de la Segunda República, empezando por sus chequistas. Los de la "memoria histórica", en suma.

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