El deber de estar con las víctimas
Estamos en deuda con las víctimas, una deuda que no ha hecho sino aumentar por su tajante negativa a plegarse a los deseos del Gobierno de premiar a los terroristas con concesiones penales y políticas de todo tipo.
La rebelión cívica comenzó un ya lejano 22 de enero de 2005. Aunque entonces no recibía aún ese nombre ni se dirigía contra el Gobierno, sino contra la injusticia de que un asesino en serie llamado De Juana Chaos saliera de la cárcel. Pero pocos días después Peces Barba le comunicó a un atónito Francisco José Alcaraz que las víctimas tendrían que tragar con reinserciones y amnistías; fue la primera noticia que tuvimos de la puesta en marcha del proceso de rendición. Desde entonces, las víctimas del terror de ETA –lideradas por la asociación que aglutina a la mayoría de ellas, la AVT– han manifestado una y otra vez su rechazo a semejantes componendas.
Semejante afrenta fue contestada por el Gobierno y sus medios afines con una campaña por tierra, mar y aire destinada a destruir la imagen pública de las víctimas. Sin duda, entre aquellos que, en lugar de pensar, obedecen, han tenido un gran éxito. No sólo Alcaraz, sino todas las víctimas de ETA que hasta la fecha habían contado con el afecto de sus conciudadanos, se vieron repentinamente vejadas e insultadas. Ayer, sin ir más lejos, por José Blanco, que las acusó de ultraderechistas porque varias organizaciones de extrema derecha se han sumado. Como se sumaron muchas de ellas a la manifestación de apoyo a Z organizada por los socialistas tras el atentado de Barajas, sin que por ello quepa acusar de fascistas a sus convocantes ni a sus manifestantes, a no ser que empleemos la doctrina de ese gran pensador que es Pepiño.
Para un Gobierno tan sectario y liberticida como el que tenemos la desgracia de padecer, cualquier manifestación en su contra será siempre un "espectáculo irresponsable", por emplear las palabras de la vicepresidenta De la Vega. Lo ha dejado claro el principal portavoz del proceso de rendición: el "lugar de las víctimas" es estar calladas en su casa, llorando a sus muertos y sin protestar ante la traición a su memoria. Pocas actitudes hay más reveladoras de la podredumbre moral que suponían los tejemanejes de Zapatero con ETA que el blanqueo de los terroristas, "hombres de paz" en el lenguaje aún menos respetuoso con la verdad que con la ortografía de Z, y la denigración continua de las víctimas, a las que ayer mismo se les acusó de tener "propósitos oscuros".
Sin embargo, nunca ha habido en España manifestaciones con propósitos y convocantes más claros y decentes. El lema de la manifestación que tanto espanta a la izquierda –no toda, pues la decente, la representada por Ciudadanos y UPyD, la apoya– no dice nada más que: "Por un futuro en libertad. Juntos, derrotemos a ETA." ¿Qué es lo que tanto molesta? ¿Pensar en la libertad, y no en la servidumbre del nacionalismo obligatorio? ¿La derrota de ETA, y no un final "sin vencedores ni vencidos"? ¿O el mero hecho de pensar en luchar "juntos"? No, o no sólo; lo que les horroriza son las reivindicaciones. Porque anular la decisión del Congreso de apoyar el diálogo con ETA y, sobre todo, ilegalizar ANV y PCTV supondría cerrar las puertas de la rendición ante el terrorismo. Porque supondría un punto final, no un mero paréntesis electoral.
Tras una legislatura dedicada al entendimiento con el terror y la destrucción social de las víctimas, es el deber de todas las personas de bien estar con ellas mañana. Porque estamos en deuda con ellas, una deuda que no ha hecho sino aumentar por su tajante negativa a plegarse a los deseos del Gobierno de premiar a los terroristas con concesiones penales y políticas de todo tipo. Una deuda que la asistencia a la manifestación no podrá pagar, pero que, al menos, permitirá compensar siquiera una pequeña parte.
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