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José García Domínguez

Quieren olvidar a Tarradellas

Al día siguiente de que el dictador se muriera de viejo, los hermanos mayores se conchabaron para representar la gran gala de la épica resistencia antifranquista, pero el padre no estaba dispuesto a avalar la comedia.

El establishment regional al completo, el mismo lleva un cuarto de siglo empeñado en desterrar a Tarradellas de la memoria colectiva, ha decidido pasar de puntillas por la efeméride de su retorno del exilio. Conociéndolos, se entiende que no podrían haber obrado de otro modo. Y es que la figura de aquel venerable presidente de la Generalidad siempre representó para los programadores de Matrix la incómoda antítesis del célebre verso de Juaristi – "Nuestros padres mintieron, eso es todo"–. Así, al día siguiente de que el dictador se muriera de viejo, los hermanos mayores se conchabaron para representar la gran gala de la épica resistencia antifranquista, pero el padre no estaba dispuesto a avalar la comedia.

De ahí que la de Tarradellas fuese una batalla perdida desde el mismo instante que gritó: "Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!" Porque este pueblo nuestro, siempre tan infantil, no quería saber la verdad. No la quería entonces, igual que tampoco quiere conocerla ahora. Y Tarradellas no lo ignoraba. Por eso respondió así cuando le insistieron en que dejase por escrito sus recuerdos: "No, quiero demasiado a mi país para hacer mis memorias. Las memorias han de ser sinceras, ¿no? Y a este país, que es muy joven, no le gusta la sinceridad. Hay que engañarle, y yo no sé engañar."

Los catalanes no querían –ni quieren– saber que, por ejemplo, Vicens Vives, el inventor de casi todos los lugares comunes del canon identitario tribal – la recurrente monserga del seny y la rauxa fue creación suya– había firmado perlas como ésta: "El Generalísimo Franco ha vencido a todas las satánicas fuerzas de la revolución". O esta otra, referida al fusilamiento de José Antonio: "Apenas amanecía y el último pálpito de su carne se estremeció con el pensamiento de la Victoria." Ni tampoco querían –ni quieren– acusar recibo de que ese mantra que reza que el Barça és més que un club fue una consigna acuñada por el procurador en Cortes y capitoste provincial del Movimiento don Narcís de Carreras, a la sazón presidente de La Caixa y el Barça, además de tío carnal, padrino y mentor político-espiritual de su sobrinito más querido, Narcís Serra.

Ni querían –ni quieren– descubrir que el camarada Rafael Ribó, actual síndic de greuges y gran esperanza blanca de los comunistas en la época, cenaba todos los fines de semana con su pariente y gran amigo Tomás Garicano Goñi, el entonces ministro de Gobernación de Franco y, por ende, jefe supremo de los famosos cuerpos represivos. Ni que el notorio separatista Joaquim Molas había ejercido de líder de los estudiantes falangistas del S.E.U. en la Universidad de Barcelona durante los gloriosos años del estraperlo. De igual modo que tampoco ansían tener noticia fidedigna del resto de la tropa; de antiguos franquistas hasta la médula como el chistoso de Fabián Estapé, o como el venerado pope de la escolástica marxista-leninista doméstica, Manual Sacristán, o como la familia de Salvador Espriu en pleno, o como cualquiera que fuese alguien en Cataluña durante la segunda mitad del siglo XX.

¿Entiende ahora el lector por qué en esta ínsula Barataria de los archiveros compulsivos absolutamente nadie reclama los papeles de Tarradellas?

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