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Juan Carlos Girauta

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Cuesta demasiado imaginar a Rajoy echando gasolina, preparando un incendio. Están nerviosos porque van a perder las elecciones y no se toman el tiempo adecuado para armar sus consignas con el esmero que exigen estas cosas.

Por mucho empeño que ponga el Goebbels de todo a cien que dirige el albañal propagandístico del PSOE, se hace muy difícil fabricar un Rajoy incendiario. Si algo tiene en abundancia don Mariano es esa serenidad que el jefe de Blanco identifica, en una nueva distorsión semántica, con su propia inanidad, con sonreír en cualquier situación, con decir sí a todo, estupidez y crimen en un gobernante.

Cuesta demasiado imaginar a Rajoy echando gasolina, preparando un incendio. Están nerviosos porque van a perder las elecciones y no se toman el tiempo adecuado para armar sus consignas con el esmero que exigen estas cosas. Les sienta como un tiro que el líder de la oposición pueda llamar a exhibir los símbolos de España y ellos no. No de forma creíble. Sus alcaldes incumplen masivamente la Ley de Banderas justamente allí donde la rojigualda deja de ser folklore para identificarse con las libertades y derechos amenazados, o directamente conculcados.

Incendiar ha sido el oficio de Rodríguez, y si aún no ha convertido en cenizas las bondades que trajo la Transición es justamente gracias a los cortafuegos que han interpuesto, en forma de grandes movilizaciones, tres grupos humanos: los más perjudicados por las sombras de dicha Transición, que son las víctimas del terrorismo; los más amenazados por las consecuencias del lamentable Título VIII, que somos los que padecemos el nacionalismo; y los menos frívolos del resto de la ciudadanía española. Los cortafuegos han desmentido a Rodríguez al demostrar que esta Nación podrá ser muy discutida pero es muy poco discutible.

Lo demás es propaganda barata, juegos de palabras, Alicia en el País de las Maravillas, Orwell, llamarle "paz" a la traición, poner tal paz por encima de la libertad, adaptar la aplicación de la ley a las conveniencias, resucitar las categorías del fratricidio de los años treinta, enlazarse hasta la confusión o hasta la fusión con los separatistas en gobiernos varios. Hermandad que dibuja un patrón y una estrategia inequívocos, cien veces más visibles y llamativos que la bandera de la Plaza de Colón. Habrá de esforzarse más Blanco para borrar todo eso de la memoria reciente de los españoles si pretende engañar a alguien, que es lo suyo.

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