Ignacio Cosidó
El bombero pirómano
Los socios de Zapatero han aprendido pronto que a través de la presión y el chantaje podían obtener cualquier cosa de este Gobierno
España vive hoy la mayor crisis nacional desde la Transición democrática. Los símbolos de la Nación son reiteradamente ultrajados ante la pasividad de quienes deberían defenderlos, se plantean referéndum inconstitucionales de autodeterminación desde varios gobiernos autónomos y el Estado de Derecho se muestra impotente para imponer la legalidad en muchos ayuntamientos de nuestro país. El Gobierno, presa del pánico electoral, actúa como si nada ocurriera, mirando para otro lado, como si quemar retratos del Rey o convocar consultas ilegales formara parte de la normalidad democrática.
Los nacionalistas más extremos –y no sólo los más extremos- han decidido que ha llegado el momento de romper con España. El objetivo no es nuevo, pero sí la convicción de que éste es un instante histórico irrepetible para poder consumar el delirio político de la independencia. Pero lo más preocupante de la situación actual no es tanto esa renovada determinación de estos nacionalismos, sino la debilidad del actual Gobierno para hacerlos frente.
Es evidente que la política de cesión permanente de Zapatero a los nacionalistas ha contribuido decisivamente a radicalizar estos movimientos. La alianza de los socialistas con los nacionalistas radicales no ha moderado a estos movimientos soberanistas. Todo lo contrario, lo que ha hecho es arrastrar al propio PSOE hacia posiciones filonacionalistas inasumibles desde la perspectiva histórica de este partido. Los socios de Zapatero han aprendido pronto que a través de la presión y el chantaje podían obtener cualquier cosa de este Gobierno, desde el blindaje de las inversiones del Estado en su territorio hasta una relación de bilateralidad con el Estado español pasando por la articulación de una política exterior propia. Si gravísima es la responsabilidad histórica de Zapatero por haber catalizado este radicalismo soberanista, aún más preocupante resulta ahora la incapacidad del Gobierno socialista para hacer frente a las consecuencias de sus innegables errores.
Negar o minusvalorar la existencia de esta amenaza a la propia supervivencia de nuestra Nación es el peor error que comete el Zapatero en la dramática coyuntura actual. La falta de una respuesta firme, precisa y contundente del Gobierno a los desafíos lanzados desde el independentismo hace a los nacionalistas tomar conciencia de sus propias posibilidades de éxito y los incentiva a lanzar nuevos retos cada vez más peligrosos para la propia supervivencia de España.
Aún peor, los esfuerzos del Gobierno por ocultar y trivializar estos desafíos, con el único objetivo de que la creciente inestabilidad política generada por Zapatero no termine pasando una costosa factura electoral el próximo marzo, termina produciendo la anestesia y la pasividad de una sociedad que mayoritariamente sigue creyendo en España, pero que no hace nada por defenderla porque quiere creer que no será al final necesario.
Rodríguez Zapatero se presentará a las próximas elecciones pidiendo una mayoría suficiente para deshacerse de las ataduras que el mismo se ha creado. Es el truco del pirómano que después de provocar el incendio se ofrece como bombero para apagarlo. Pero la realidad es que el efecto de una nueva victoria de Zapatero sería letal para la supervivencia de nuestra Nación. Por un lado, ZP interpretaría esa victoria como un aval a su desastrosa política de apaciguamiento frente a los nacionalismos. Por otro, cualquier maniobra que intente para tratar de embridar el tigre desbocado del soberanismo tan sólo servirá para frustrar y enrabietar aún más un radicalismo que el propio Zapatero ha cebado con sus ambigüedades y sus falsas promesas.
El riesgo es que la situación actual conduzca a la desesperanza, al catastrofismo y a la resignación última de que la España que ha existido durante más de cinco siglos pasará definitivamente a la historia como un proyecto frustrado. Ése sería el peor error colectivo que podríamos cometer en este momento: que la inmensa mayoría de ciudadanos que nos sentimos legítimamente orgullosos de ser españoles y que sólo aspiramos a seguir viviendo en paz y en libertad, sucumbiéramos ante una minoría de fanáticos que tan sólo buscan perpetuarse en un poder absoluto en sus respectivos territorios y proyectar desde allí sus más delirantes planes expansionistas. A todos esos españoles que aspiran a seguir siéndolo les diría que el próximo mes de marzo tendremos la mejor oportunidad para sacar a España de esta crisis. En la actual coyuntura de nuestro país sólo hay un líder, Mariano Rajoy, que ha mostrado la voluntad, la determinación y la capacidad para vencer este desafío. Cuanto más apoyo tenga para lograrlo, mejor.
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