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Juan Carlos Girauta

Las espinas de la rosa

El ministro, con el lógico cabreo, le mentó las inadecuadas vacaciones a su subordinada mientras los fondos de la Biblioteca Nacional iban decreciendo. Pero hombre, don César Antonio, comprenda que esta gente siempre está de vacaciones.

Esto les pasa por nombrar a alguien como la Regás, que no es que no encaje en lo que hacía (es decir, en lo que no hacía), sino que está por encima del bien y del mal. El concepto de responsabilidad no va con ella. Coja usted a cualquier despojo de la gauche divine barcelonesa y se encontrará con lo mismo. Un niño anciano bonito que se considera acreedor de cualquiera que se cruce en su camino. Lo divino les viene de ahí, y lo de gauche les viene de la caradura, de la indolencia y de la patente de corso. Poner a una reliquia del Bocaccio, del pijerío sobrado y el diletantismo ágrafo al frente de lo que sea es un error que acaba como sabemos.

Su relajo de la seguridad llevó a la desaparición de joyas que eran de todos (o de nadie, según la doctrina Calvo), como los mapamundis de Ptolomeo, incunables cuya pista va a ser muy entretenido seguir, ahora que la divina Rosa señala con el dedo a un diplomático. La cosa da para una novela del gusto actual, con sus embajadas, su robo y su misterio, siempre que medien señales ocultas en la Cosmographia y algo contra el Vaticano. Pero que no la escriba ella, por favor.

El ministro, con el lógico cabreo, le mentó las inadecuadas vacaciones a su subordinada mientras los fondos de la Biblioteca Nacional iban decreciendo. Pero hombre, don César Antonio, comprenda que esta gente siempre está de vacaciones. Nacieron de vacaciones y ahí siguen. Sabe también el ministro, aunque se lo calle, que a las negligencias se suman arbitrariedades sin cuento, cenas pantagruélicas, insultos a los funcionarios, desalojo del fantasma en piedra de Marcelino Menéndez Pelayo –que alteraba su paz interior cada vez que se lo topaba a la puerta de la Biblioteca–, uso de los recursos públicos para la promoción de sus propias y prescindibles obras, congratulaciones por la caída de la venta de diarios, y demás gracias de intelectuala progre.

Como la Regás es mucha Regás, no se corta un pelo ni se calla. Dimite puenteando al ministro y, tal como se marcha, sin darse la vuelta, se atribuye la confianza del gran jefe Rodríguez. Acusa a Molina de contravenir las órdenes de la Guardia Civil (¡A quién se le ocurre, ministro!) y lo califica de colérico. Los poetas son así, señora.

La rosa talada no reconoce arbitrariedades ni muestra preocupación por las mermas del fondo y de los fondos. La explicación para tanta injusticia como la pobre ha sufrido es su condición femenina: “Con un hombre no se habrían atrevido”. Acabáramos. Por eso siempre se calla la derecha ante Rodríguez, Moratinos, Blanco, Caldera, Carod u Otegi; por eso la izquierda jamás le falta a Aznar ni a Rajoy, a Zaplana ni a Acebes. Porque hay una alianza transversal de machos. Lo que yo te diga.

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