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Pablo Molina

Chávez, demócrata hasta la muerte (y más allá)

Hay intelectuales e intelectualas que se ponen a escribir las glorias del chavismo y es que se hacen pipí, pues el ex golpista venezolano quintaesencia como nadie los valores que la izquierda caviar defiende con pasión.

Desde que llegó al poder en Venezuela, el coronel Hugo Chávez no deja de hacer interesantes aportaciones a la teoría de las formas políticas. En los manuales de la materia pronto habrá que hacer un apartado para incluir su forma particular de entender la democracia, que tan entusiasmada tiene a la intelectualidad progre europea. "La nueva experiencia democrática venezolana"; así se referían los cómicos españoles al régimen alumbrado por el mandatario caribeño, de profesión ex golpista. Coño, y tan nueva. Como que a la democracia en Venezuela ya no la conoce ni la madre que la parió, que diría aquél.

En realidad, lo único que ha hecho Chávez es fundamentar su sistema político en el viejo axioma socialista: la democracia sólo es buena si mandamos nosotros. Constatada esta realidad elemental, lo siguiente es sentar las bases que impidan cualquier retroceso en la senda progresista iniciada. Pues si la democracia es buena cuando mandamos "nosotros", si nos quedamos en el Gobierno para siempre tendremos entonces una democracia cojonuda. Es un razonamiento tan primario que resulta extraño que a Tocqueville se le pasara por alto cuando escribió su famosa monografía sobre la moderna democracia republicana.

Con la nueva constitución que Chávez va a imponer a su pueblo (sin apenas medios de comunicación libres y con amenazas flagrantes a quienes voten contra el líder, no cabe hablar de un referéndum legítimo), el faro de los demócratas progresistas europeos va a sentar sus posaderas en la cúspide del Gobierno hasta que la naturaleza provoque el "hecho sucesorio", que decían los franquistas en el ocaso del régimen. Entre otras innovaciones de indudable calado democrático, se prevé la posibilidad de detener a ciudadanos libres bajo la fórmula jurídica del "clamor popular". Es decir, que si una manada de gorilas al servicio del Gobierno se pone a vociferar frente a la casa de un periodista o un político desafecto pidiendo su cabeza, el Estado tendrá la obligación de llevarlo a comisaría para que dé las debidas explicaciones, probablemente tras un "hábil interrogatorio". Se trata de lo que el Montesquieu caribeño denomina el "poder popular" que, junto al "poder moral" (sic), constituye la base del futuro sistema constitucional chavista.

Con esa exquisitez en el respeto a la libertad de los ciudadanos, es lógico que el régimen político de Hugo Chávez tenga fascinada a la farándula europea. Hay intelectuales e intelectualas que se ponen a escribir las glorias del chavismo y es que se hacen pipí, pues el ex golpista venezolano quintaesencia como nadie los valores que la izquierda caviar defiende con pasión. Con pasión y a una distancia prudencial, claro, porque los mismos que a este lado del Atlántico se alborozan con las cacicadas de su héroe, prefieren mil veces sufrir en la vieja democracia burguesa a degustar las mieles socialistas del Coronel Chávez. Este tío acabará pulverizando el record de longevidad "democrática" que ostenta Fidel Castro, ya lo verán.

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