Las jubilaciones para ETA
El Gobierno, claro, lo niega todo, sabedor de algo que los menos duchos y atrevidos en el empleo de la mentira simple, pura y dura, no suelen practicar. Y es que da mejor resultado enrocarse en el embuste que reconocer una verdad por diminuta que sea.
El plan para pensionar a los de ETA con 1.500 euros mensuales, y es de suponer que con pagas extras, ha llenado de indignación a muchas personas. Justa indignación, que no debe hacer olvidar que el principal donativo que el Gobierno reservaba para los terroristas consistía en ceder a una parte sustancial de sus exigencias políticas. La propia negociación sobre asuntos de ese tipo era ya, de por sí, un premio gordo. Se trataba, en efecto, como se repetía ad nauseam, de una oportunidad histórica. Pero no para la democracia, sino para la ETA.
El Gobierno, claro, lo niega todo, sabedor de algo que los menos duchos y atrevidos en el empleo de la mentira simple, pura y dura, no suelen practicar. Y es que da mejor resultado enrocarse en el embuste que reconocer una verdad por diminuta que sea. Una pequeña grieta en la superficie del engaño puede llegar a resquebrajar el artificio entero. Esta es una regla elemental de la propaganda. Como la de que la mentira será más creída cuanto más monumental. Los nazis se conducían en esto de acuerdo a la experiencia de que la gente del común desconfía antes de las trolas menudas de manejo corriente que de las gigantescas. Así, la vicepresidenta, Cándido, Bermejo o asociados podían haber argumentado que los sueldos para los de ETA hubieran costado menos que los daños que causa su actividad criminal, pero siguiendo las reglas citadas no lo han hecho.
Han renunciado incluso a otra línea defensiva, la de que no hubiera sido la primera vez que un Gobierno sacara de los fondos reservados para menesteres parejos. Y eso es más o menos cierto. Pero mientras los primeros gobiernos de la democracia podían creer de buena fe en la utilidad –relativa– de tales desembolsos, hoy, sin embargo, sólo pueden creerlo los que voluntariamente cierren los ojos o se dejen cegar por el resplandor de los beneficios que esperan. En términos políticos, aún peor que el proyecto de compensaciones a los terroristas en sí mismo, es que el Gobierno lo hubiera hecho en serio. Que pensara realmente que los de ETA querían jubilarse y que sólo se trataba de arreglar la situación personal de los afectados, como en una reconversión en un sector industrial cualquiera.
Esa era, justamente, la especie que difundía urbi et orbi Zapatero antes y durante la larga noche del "proceso", ahora en su fase más oscura. Y lo hacía contra toda evidencia. Pero la ingenuidad tiene un límite. Incluso en alguien que, como ZP, mantiene una visión irreal del terrorismo y de la ETA. Además, disponemos de la prueba. Prueba de que sabían que los terroristas no iban a cambiar de actividad por unos miles de euros por capucha, es que sobre las mesas a dos o a tres, fuese en Loyola, en Suiza o en Suecia, se desplegaba el mapa de una negociación política. Y con ella, la instalación en el horizonte de la autodeterminación, la independencia y la anexión de Navarra. Esta era la zanahoria y de tal entidad, que a su lado, lo de la paga, si existió, era una menudencia, el chocolate del loro. Sin que por ello deje de ser indignante y bochornoso. Ahí están, y no han dejado de estar, los que el Gobierno aseguraba que deseaban retirarse, en plena producción de violencia y amenazas.
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