El error en Irak fue la democracia
Se pueden trasplantar instituciones de una nación a otra, pero no pueden trasplantar la historia y la cultura a partir de las cuales evolucionaron las actitudes y tradiciones que permitieron que esas instituciones funcionaran.
Sin duda, los historiadores del futuro extraerán muchas y muy variadas lecciones de la guerra en Irak. Pero los que vivimos en el presente no nos podemos dar el lujo de esperar a tener ante nosotros todos los hechos relevantes para empezar a comprender qué ha salido bien y qué ha salido mal en Irak.
Lo mejor de la guerra de Irak es que terminó hace ya tiempo. Nuestras tropas la ganaron. Pero nuestros políticos podrían perder la paz una vez más, con consecuencias desastrosas para Estados Unidos y para el resto del mundo.
La paz no se ha alcanzado en Irak, aunque la pacificación prosigue –siempre con un precio en vidas norteamericanas– y hay señales de que está progresando, para consternación de aquellos que han apostado su futuro político a una derrota estadounidense.
Los derrotistas todavía no han reunido el valor suficiente como para asegurar la derrota suspendiendo los fondos necesarios para continuar con las operaciones militares en Irak. Eso sería asumir la responsabilidad de la derrota. Para sus objetivos políticos, lo mejor sería legislar condiciones que hicieran inevitable la derrota y que tuvieran que cumplirse obligatoriamente para poder gastar esos fondos militares. Eso permitiría que la derrota fuera considerada responsabilidad de Bush, no suya.
Esa es la dirección en la que se están moviendo los derrotistas; políticos que jamás han desplegado tropas o vestido siquiera uniforme militar hablan pomposamente de "redespliegue", como si en realidad supieran de lo que están hablando. Que los políticos quieran gestionar al detalle una guerra ha sido siempre una fórmula para el desastre, ya fuera en Vietnam o en Irak. Nuestras tropas en Irak ya han sufrido demasiadas restricciones a lo que pueden o no pueden hacer según las reglas de compromiso.
El trágico gran fracaso en Irak ha sido político, no militar. En el origen del mismo se pueden encontrar dos elevadas ideas: la "construcción de naciones" y la democracia.
Las naciones no se pueden construir.
Se pueden trasplantar instituciones de una nación a otra, pero no pueden trasplantar la historia y la cultura a partir de las cuales evolucionaron las actitudes y tradiciones que permitieron que esas instituciones funcionaran. Hicieron falta siglos para que la democracia se desarrollase en el mundo occidental.
Pese a todo esto, intentamos crear una democracia en Irak antes de garantizar la seguridad –la ley y el orden–, que es un requisito obligado para cualquier forma de gobierno viable. Al haber hecho de la democracia la piedra angular de la reconstrucción del Irak de posguerra, los norteamericanos han se han visto atados de pies y manos por las deficiencias del Gobierno salido de las urnas y el hecho de que nuestro ejército no puede simplemente ignorarlo cuando los políticos que lo forman se interponen en el camino de restaurar la ley y el orden.
La gente acaba prefiriendo la tiranía a la anarquía. Pero ambas pueden evitarse con un Gobierno interino pensado para cumplir competentemente sus funciones, no para ser la encarnación de los ideales democráticos.
Ni en Europa ni en Asia las democracias empezaron siéndolo. A fecha de 1950, nadie podría haber llamado democracia a Taiwán o Corea del Sur. Incluso hoy, Singapur no tiene la clase de libertad que los occidentales juzgan como democrática. Pero es una sociedad decente y próspera, sumamente superior en todo cuando se la compara con su situación a finales de la Segunda Guerra Mundial.
Ha sido una apuesta innecesaria intentar crear democracia allí donde nunca ha existido y donde los requisitos para que prospere podrían no cumplirse. Entre ellos están, por ejemplo, la tolerancia a las opiniones distintas, el acomodo de intereses contrapuestos y la disposición a anteponer el interés nacional al propio. Oriente Medio es el último lugar donde buscar tales cualidades. Esas cosas evolucionaron en Occidente sólo después de que distintos pueblos y religiones intentaran durante siglos destruirse mutuamente sin el menor éxito.
Muchos han argumentado que las democracias tienden a no comenzar guerras y que, por tanto, la existencia de más democracias en el mundo interesa a todos los amantes de la paz. Pero eso es sumamente distinto a decir que sabemos cómo crear democracias o que debamos jugarnos tanta sangre y tantos fondos a una posibilidad tan remota.Lo más popular
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