Ignacio Villa
Las guerras de Zapatero
Si el Gobierno, desde su miseria, quiere mantener un discurso pacifista, que lo haga. Pero al menos deberán dotar de todos los medios al Ejercito para desarrollar el trabajo en una zona de guerra.
La muerte de seis soldados españoles en el Libano, este domingo, ha vuelto a dejar claras las cosas para un Gobierno que huye de la realidad como de la peste. El área donde están desplegados los militares españoles en Afganistan y en el Libano, es –sin duda alguna– una zona de guerra. Es un despliegue de alto riesgo, de máxima alerta y extremo peligro. El Ejercito español no está en esas zonas bélicas repartiendo bocadillos y botellas de agua mineral; su despliegue tiene como objetivo intervenir en una zona donde la guerra forma parte del pulso social y político cotidiano.
Una certeza que Rodríguez Zapatero oculta y esconde. Lo hace en el Congreso, lo hace ante la opinión pública y lo encubre al propio Ejercito no reconociendo ni política, ni militarmente que los soldados españoles están sobre el terreno en una misión de guerra real. Pero claro, tanta evidencia contradice en su misma raiz las políticas demagogas y electoralistas de este Gobierno. Zapatero, que fundamentó su discurso de oposición en la guerra de Irak, y que ahora en el poder jugó irresponsablemente con la salida humillante del Ejercito español de aquel país, no puede ahora aceptar que los militares españoles estén desplegados en territorios de guerra como en Afganistan y en el Libano.
Y esa negación de la verdad, además de la mentira que supone para la sociedad española, significa también una clara humillación para los militares allí destacados. El Gobierno español no acepta el peligro real que están corriendo las tropas españolas. Es verdad que forma parte de su trabajo; es verdad que lo hacen con una gran profesionalidad; es cierto que están allí sabiendo que se incluye en su responsabilidad. Pero lo que nadie duda es que el Ejercito español no se merece este ocultamiento de su trabajo, de sus obligaciones y de sus riesgos. En este sentido, esta vez el Gobierno no debería condecorar a los militares muertos en el Libano con medallas de segunda. Ya lo ha hecho en Afganistan en varias ocasiones. Eso es lo que debería hacer el Ejecutivo, aunque lo que va a hacer ya lo sabemos. Intentará ocultar al máximo ese trabajo, esa entrega de sus vidas en acto de servicio y desde luego insistirá en el rango humanitario del despliegue militar.
A esta actitud rastrera en las actitudes y en los mensajes hay que unir otra cuestión más, muy grave por la negligencia que supone. El ministro Alonso ha reconocido que los blindados españoles en los que viajaban los soldados españoles carecían de inhibidores por lo que no pudieron detectar las bombas preparadas para la explosión. Esa falta de los apoyos técnicos y de seguridad mínimos para desarrollar el trabajo no admite justificación alguna. Si el Gobierno, desde su miseria, quiere mantener un discurso pacifista, que lo haga. Pero al menos deberán dotar de todos los medios al Ejercito para desarrollar el trabajo en una zona de guerra.
Estas son, en definitiva, las guerras de Zapatero. Las guerras que no quiere reconocer. Las guerras en las que se encuentran los soldados españoles y el presidente no quiere aceptar para que no se rompa su dialectica pacifista. Zapatero sigue enfrascado en el engaño y en la mentira. Por ello, no va a dar la cara en el Congreso, al igual que hace con todo lo que le molesta. Lo estamos viendo con el proceso de rendición con ETA y lo hemos vuelto a sufrir este domingo con la muerte de seis soldados en el Libano. Es el presidente de la mentira y del engaño. Así es la realidad.
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