La medalla de Montaigne
Ya sé que en generales se vota contra alguien, no a favor. Y que restarle un voto a Rajoy significa hacerse cómplice de una eventual catástrofe: más Rodríguez. Pero cuando uno ve ciertas cosas, ¡cómo seduce la medalla de Montaigne!
Habiendo anticipado lo que podía pasar en la reunión de Rodríguez y Rajoy –quién saldría ganando, en qué se iba a traducir la escenificación de un encuentro moral inexistente–, me siento hoy liberado del tema del día. Es un decir. El modo en que la izquierda domina el espacio público no es el tema del día, es el tema del siglo, y aun de la era.
Uno entiende los equilibrios de aquel señor de Montaigne, atraído por dos fuerzas contrarias: participar en la cosa pública y encerrase a escribir sobre sí mismo. Ser miembro de un parlamento o alcalde de Burdeos y, a la vez, encastillarse literalmente con Lucrecio y Plutarco. Traigo al renacentista escéptico a colación por aquel lema griego que se hizo grabar en una medalla: “Me abstengo”.
Lo vano, lo imposible de interpretar la abstención está en que recoge precisamente a quienes desean no ser interpretados. Peor aún, si el sociólogo de tres al cuarto violenta tal afán de oscuridad, que es multitudinario (y en Barcelona, que siempre va por delante, mayoritario), no encontrará nada. Es decir, encontrará un millón de razones, o de falta de ellas, que para el caso es lo mismo.
Aunque Montaigne no apunta con su abstención a lo electoral sino más bien al problema con los hugonotes, su actitud y su lema sirven a los fines simbólicos y fugaces de una columna. ¡Qué gran deseo de abstención siente uno cuando ve a los mejores disparatando! ¡Qué gran cansancio, ser liberal en España!
En autonómicas voté a Ciudadanos porque creí en el formidable objetivo de Arcadi Espada y Albert Boadella: reestablecer la realidad. Ciertamente, necesitaban otros mimbres para fabricar tan prometeico cesto. Sus personales mimbres, quizás. Pero ellos, como Montaigne, conocen el valor de la distancia.
En municipales voté al PPC porque su cabeza de cartel en Barcelona, que es mi patria, llevaba la cara y el nombre de un político bueno, eficaz y sincero. Rareza tal no puede desdeñarse. Bien, pronto llegarán las generales. Muy pronto, si Rodríguez sabe lo que le conviene. Y me veré, nos veremos, otra vez en las mismas de siempre.
Ya sé que en generales se vota contra alguien, no a favor. Y que restarle un voto a Rajoy significa hacerse cómplice de una eventual catástrofe: más Rodríguez. Pero cuando uno ve ciertas cosas, ¡cómo seduce la medalla de Montaigne!
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