Alberto Recarte
Un gran libro de Pedro Schwartz
Lo más fascinante del libro es cómo Schwartz engrana el pensamiento liberal de los grandes clásicos, desde Locke hasta Montesquieu y Popper, y desde Adam Smith hasta Buchanan y Hayek.
No es un libro fácil, porque obliga a leer atentamente argumentos de todo tipo: filosóficos, históricos, económicos y políticos. Los dos grandes problemas de fondo que analiza el profesor Schwartz son, en definitiva, el de si puede sobrevivir la economía de mercado, el capitalismo, en un mundo en el que se confunde la democracia con el poder absoluto de las mayorías políticas, y el de cómo compatibilizar el imprescindible respeto a cada miembro de una comunidad y a las minorías, que debería ser, precisamente, la característica básica de una auténtica democracia, con el reconocimiento de la voluntad de la mayoría.
Este tema crucial es el que inspira la obra de Montesquieu, y a los padres fundadores de la Constitución norteamericana. Para compatibilizar los derechos de las mayorías y las minorías Montesquieu propone la separación de poderes; a esa separación, y los autores de la Constitución de Estados Unidos añaden la división de competencias entre el Gobierno central y los estados miembros.
El estudio de la lucha permanente de filósofos y economistas liberales en la búsqueda de la libertad individual frente al Leviatán que significa el poder de los políticos lo hace el profesor Schwartz desde esa cuádruple perspectiva a la que hacía referencia anteriormente, filosófica, política, económica e histórica. Lo más fascinante del libro es cómo Schwartz engrana el pensamiento liberal de los grandes clásicos, desde Locke hasta Montesquieu y Popper, y desde Adam Smith hasta Buchanan y Hayek. Sólo alguien que haya leído, estudiado y asimilado las obras de esos autores podía haber escrito una obra como ésta, que, al menos a mí, ilumina sobre los límites que deben imponerse a la soberanía popular y sobre el constante ataque de los colectivistas a la libertad personal.
Destaca también Schwartz el efecto del comercio, primero intranacional y después internacional, en el control de los excesos del intervencionismo público. Frente a todo tipo de mercantilismo, pasado o actual –que es lo que encarnan los "campeones nacionales", tan queridos por los políticos franceses y por muchos españoles, no sólo de izquierdas–, destaca Schwartz el papel de la libertad de comercio, como el mejor freno a los excesos de la intervención pública en nuestras vidas. No es exagerado decir que el comercio en libertad es una garantía de primer orden para asegurar nuestra libertad personal.
La civilización occidental sólo puede sobrevivir con políticas liberales, que aceptan, y necesitan, una intervención pública limitada para el suministro de algunos bienes públicos, y con democracia, es decir, con separación de poderes, para evitar que los países democráticos se transformen en sociedades donde la libertad muere por asfixia, ya sea por políticas populistas o por excesos de las mayorías.
El profesor Schwartz ha sido capaz de extractarnos la esencia del pensamiento de los grandes maestros liberales y de los que defienden los intereses de "clase" por encima de las personas, y de aplicarla a resolver las tres grandes paradojas con que se tienen que enfrentar los que se autodenominan, y los que quieren ser, liberales: la primera, el malestar de la modernidad; la segunda, lo que Schwartz denomina "libertad o riqueza", un capítulo en el que analiza el concepto de libertad entre los liberales clásicos, en particular en Hayek, y la libertad según los progresistas, representados por Amartya Sen; y la tercera, la gran paradoja que persigue a los liberales: la posible oposición entre democracia y liberalismo.
No es un libro para una sola lectura. Es un libro para releer, buscar referencias, fundar argumentos y resolver las dudas que a todos nos asaltan en este momento en el que, como siempre, y en cada generación, la libertad y la democracia están en peligro. En este punto, Schwartz es optimista –con Popper y no con Hayek, al que critica, en mi opinión certeramente, por su teoría de la supervivencia de las instituciones que mejor se adaptan a la naturaleza humana– por el efecto benéfico de las nuevas tecnologías en el mundo de la comunicación, que nos permiten, a todos, escapar, a bajo coste, del control público.
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