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Nos acercamos al día D

Los alarmistas tenían razón y tanto al-Baradei como aquellos que quitaban importancia al programa iraní se equivocaron. El tiempo se acaba.

El New York Times acaba de publicar un artículo firmado por uno de sus redactores más solventes, David Sanger, en el que se recogen importantes filtraciones sobre las conclusiones a las que han llegado los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica sobre el programa nuclear iraní. Según este medio, los inspectores creen que los ingenieros iraníes han conseguido superar las dificultades técnicas que tenían para hacer funcionar correctamente las centrifugadoras. En este momento están concentrados en producir e instalar "cascadas" (grupos de 164 centrifugadoras). Se calcula que de aquí a fin de año podrían pasar de 1.300 centrifugadoras a unas 8.000. En cuanto al nivel de enriquecimiento de uranio, los inspectores consideran que en la actualidad no supera el 5%, un índice muy bajo. Sin embargo, si las cascadas funcionan correctamente, en cuatro o cinco meses podría alcanzarse el 90% necesario para uso militar.

Los alarmistas tenían razón y tanto al-Baradei como aquellos que quitaban importancia al programa iraní se equivocaron. El tiempo se acaba. El Consejo de Seguridad, es decir, los cinco grandes que forman el Directorio que tiene en su mano el control de este organismo, tiene que tomar una decisión en breve o, por el contrario, ser fiel a su historia y mostrar una vez al mundo que es incapaz de llegar a acuerdos en su seno sobre los temas realmente importantes.

El régimen de no-proliferación se fundamenta en el compromiso de impedir su violación. Si tras la violación norcoreana llega la iraní podemos darlo por muerto. Queda un último intento diplomático. Si fallara nos encontraríamos en el umbral del uso de la fuerza. Para aquellos que por principio se niegan a utilizarla, la opción ya está hecha: la renuncia no explícita al régimen de no proliferación y la aceptación inevitable de un nuevo período lleno de incertidumbres para las que no estamos preparados. Para los que están dispuestos a considerar su uso, llega el momento de la verdad.

Rusia ha apoyado a Irán y está pagando por ello un precio que le incomoda. La posible instalación de diez lanzadores de misiles de interceptación en Polonia y de un radar en Chequia suponen un nuevo vínculo de Europa con Estados Unidos, precisamente cuando la Alianza Atlántica hace aguas por todas partes. La propuesta de Merkel de llevar la instalación de dispositivos de defensa antimisiles a la OTAN, implica desde su perspectiva algo aún peor. Su objetivo ha sido desde hace decenios romper el vínculo atlántico y su política proiraní, despreciando los sentimientos de vulnerabilidad europeos ante los misiles persas, ha tenido un efecto perverso para sus intereses estratégicos. Rusia ha congelado su colaboración con Irán en materia nuclear, pero de ahí a apoyar una acción militar contra ese país hay un abismo que difícilmente saltarán.

Los gobiernos británico, alemán y francés han criticado duramente las intenciones iraníes y, con la llegada de Sarkozy al Elíseo, todos ellos tienen gobernantes con buenas y cómodas relaciones con Bush. Sin embargo, las minorías musulmanas en estos tres países son importantes y un sector nada despreciable de la población es contrario al uso de la fuerza. En Alemania, donde Merkel gobierna en coalición con los socialdemócratas y donde la población vive todavía bajo el estigma de lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, la posición pacifista es absolutamente mayoritaria. En Francia una opción militar pondría en serios aprietos su tradicional política pro-árabe. A estos elementos hay que sumar sus previsibles consecuencias: un ataque militar complicaría la situación en Iraq, provocaría una violenta reacción iraní y elevaría el precio del barril de petróleo por encima del listón de los cien dólares.

Bush ha repetido que no le temblaría la mano a la hora de ordenar el ataque contra las instalaciones militares iraníes si las opciones diplomáticas hubieran fracasado y el tiempo hubiera concluido. Recientemente, Cheney ha declarado desde la cubierta de uno de los dos portaviones norteamericanos situados en el Golfo Pérsico que Estados Unidos no permitirá que Irán acceda al armamento nuclear. ¿Son creíbles estas declaraciones? El Congreso está en su contra, el índice de popularidad de la Administración es muy bajo y el Partido Republicano trata desesperadamente de escapar del conflicto iraquí. En estas condiciones, ¿será Bush capaz de ordenar el ataque? Cualquiera que le conozca mínimamente sabe que sí, que actuará en conciencia. Pero eso no quiere decir que lo vaya a hacer. Puede concluir que hay todavía tiempo para que sea el próximo presidente quien tome la decisión.

Tampoco parece que ni la popularidad de Olmert, 2% de apoyo, ni las capacidades militares de Israel ni el coste diplomático implícito en un ataque a Irán aconsejen una operación militar exclusivamente israelí.

El tiempo se acaba y sea cual sea la decisión que se tome y dónde se tome, sus consecuencias serán muy importantes para el futuro.

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