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Cristina Losada

Concierto por la sedación letal

Muerto el paciente quedaba libre la cama. Eso y no otra cosa es lo que respaldará el viernes el elenco de celebrities.

Lo llaman en la prensa "Concierto en defensa del Severo Ochoa", en defensa de los trabajadores de ese hospital, para más señas. Pero que nos ahorren el maquillaje. Nada malo le ocurre al Severo, ningún ataque terrestre ni marciano lo amenaza. Lo que Ana Belén, su Víctor Manuel, Serrat, Miguel Ríos y otros van a perpetrar el viernes en Leganés no es más que un acto de apoyo a un grupo de médicos que, por fin, se han visto obligados a responder ante la justicia. Un pequeño grupo al que se conocía como Sendero Luminoso. Una banda que en las Urgencias de aquel centro decidió durante algún tiempo, demasiado tiempo, sobre la vida y la muerte de los enfermos según criterios que, alguna vez, engreídos de impunidad, llegaron a vocear. Deshacerse de ciertos pacientes, fuese por ser ancianos con patologías crónicas, o por disponer, según ellos, de poca esperanza de vida, era un modo de optimizar la gestión hospitalaria. Muerto el paciente quedaba libre la cama. Eso y no otra cosa es lo que respaldará el viernes el elenco de celebrities.

El lema que reunirá a todas esas luminarias del canto reza "El Severo me duele". Qué poca verdad. Lo único que les duele a los organizadores de este paripé es que existan indicios de que unos cuantos médicos inyectaran con letales sobredosis de sedantes a pacientes indefensos, que habían encomendado sus vidas a unos profesionales en la confianza de que harían lo posible por protegerlas. Nada les duele el destino de esos enfermos ni el sufrimiento de quienes sospechan fundadamente que a sus familiares no se los arrebató la enfermedad, sino un ángel exterminador en bata verde. A fin de cuentas, aquellos a los que el grupo de iluminados mandaba al otro barrio, más allá de Leganés y sin retorno, eran gente del común, ciudadanos de a pie que, al contrario que los ricos y famosos, han de acudir con sus dolencias a la sanidad pública. Ésa que dicen defender, y ya se ve de qué modo: oponiéndose a que se investigue el caso, haciendo causa común con los acusados, lanzando cortinas de humo sobre los hechos. Y, sobre todo, ignorándolos.

Aunque no es novedad, siempre asombra la ciega disciplina con que se alinean ciertas personas y grupos. A toque de silbato, acuden en defensa de esta causa o atacan esa otra sin haberse familiarizado siquiera con los rudimentos del asunto. La palabra de sus jefes de filas les basta. Son peones obedientes. Y quienes escribimos con frecuencia que la izquierda progreril ha tirado por la borda valores como la disciplina, no solemos tener esto en cuenta. Muchos de sus fieles son disciplinados como antaño. Para esto. Cuando el Partido, llámale equis, los necesita, no importa para qué, ahí están. No se documentan, no recelan, no piensan. Reaccionan como el perro de Pavlov a la vieja letanía de izquierda contra derecha. Se resisten a ver los hechos sin el filtro y los esquemas que les suministran. En tiempos, este tipo de personajes justificaba los mayores crímenes contra la humanidad. Sus sucesores defienden cualquier hueso que les echen.

Hemos sabido de médicos y enfermeras que mataban a pacientes no por error, sino deliberadamente, y que por ello fueron condenados. Hemos tenido noticias de esos casos y sabemos que son excepcionales, pero no imposibles. Sin embargo, no había precedentes de que los acusados de tales prácticas gozaran del fervoroso apoyo de partidos, sindicatos y artistas. Esa aberración añadida sólo se ha dado aquí, en España. Un país donde comienza a ser norma que las víctimas sean convertidas en verdugos y los verdugos en víctimas.

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