Zapatero no aterriza
Pronto olvidará que Sarkozy fue una bestia negra y lo contrapondrá a una derecha española antigua, cerrada y casposa, ésa que dibuja el caricaturista Pepiño sin imaginar que pergeña un autorretrato pasable.
Zapatero, dicen, aterrizó el domingo en Vigo a bordo de un Falcon, pues es privilegio de presidente socialista, y en tiempos, hasta de vicepresidente, utilizar aviones de las fuerzas armadas para asistir a mítines del partido y otras actividades lúdico-festivas. Sin embargo, aterrizar, o sea, tomar tierra, no parece verbo adecuado para la visión política de ZP. Por el contrario, puede sostenerse que no sale de un Falcon cuyo fuselaje se ha construido con materiales que no resisten el contacto con la realidad. Digamos de pasada que en el mitin en Vigo nada ocurrió que contradiga esa tesis. Prometió de todo, hasta lo que no ha cumplido, y volvió a agitar los fantasmas de Irak y el Prestige, que ya sólo deambulan en las congregaciones de fieles socialistas, creídos de que conservan todavía poder letal, por haberles inducido a pensar así las espantadas y los silencios del PP cada vez que se invocaban. Pero sería por la noche, de regreso, ante los resultados de las presidenciales francesas, cuando mejor pudieron apreciarse las deficiencias de su equipamiento. Ganaba Sarkozy, contra su deseo y su segundo pronóstico. La gauche encarnada en Madame Royal, recordemos, no había nacido para esperar. Iba a vencer a la primera.
Más allá de la bravuconada, Zapatero daba crédito a los análisis de nuestros ilustres progres, siempre en sintonía con sus hermanos del otro lado de los Pirineos, cuando no en franca imitación. Y siempre equivocados. De hacerles caso, en Francia habría triunfado ayer la extrema derecha, pues no sólo presentaban a Sarkozy como un auténtico "facha", sino que alertaban de que había fagocitado el programa de Le Pen. Y como era eso mismo lo que voceaba el viejo ultra, dejemos constancia de la coincidencia en los análisis. Si así pueden llamarse. Pues lo que ha puesto de manifiesto la campaña francesa, y su reflejo en España, es la incapacidad de la izquierda esclerotizada para renovar tanto sus propuestas como sus instrumentos de análisis. Aún hace pocos días, un intelectual galo declaraba en El Mundo que Sarko era el candidato del capital y una amenaza para los obreros. Como si estuviéramos en los años 30. No es que entonces sirviera el análisis de clase, pero ahora mucho menos. Aunque sería interesante que, provistos de ese esquema, explicaran el trasvase al Frente Nacional de una parte del antiguo voto comunista.
El caso es que la realidad, compleja como es, se escapa a sus simplificaciones, a sus viejas consignas y a sus histéricos gritos. No dan una, y ZP en eso es ejemplar, como también lo es en la reacción a la sorpresa. ¿Rectificar, para qué? Se capea el temporal con oportunismo. Se practica un aterrizaje forzoso. Como el que hizo Zapatero al afirmar que Sarkozy, el brutal Sarkozy que exhibía la izquierda de allá y de aquí, representa a "una derecha abierta y moderna". Pronto olvidará que fue una bestia negra y lo contrapondrá a una derecha española antigua, cerrada y casposa, ésa que dibuja el caricaturista Pepiño sin imaginar que pergeña un autorretrato pasable. Pero una predicción de las que produjeron los sabios se cumpliría, y la misma noche electoral: que una victoria de Sarko traería violencia. La hubo, sí, pero provino de la izquierda. Como en España, en una noche preelectoral.
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