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Mark Steyn

Pakistan, la jihad y el cricket

Justo antes del asesinato de su entrenador, el equipo paquistaní de cricket había perdido frente a Irlanda, que es algo así como que los New York Yankees pierdan contra mi abuela.

Hace unos días, el general Pervez Musharraf sacó algo de tiempo de su apretada agenda de supervivencia a distintas tentativas de asesinato para rendir tributo a alguien que, desgraciadamente, había tenido menos éxito eludiendo las atenciones de sus asesinos. Hace un par de semanas, durante el Torneo Mundial de Cricket, el entrenador del equipo nacional paquistaní fue asesinado en el Hotel Pegasus de Kingston, Jamaica, en lo que Mark Shields, el veterano de Scotland Yard que encabeza la investigación policial, calificó de "circunstancias poco corrientes y sospechosas".

"Esta nación siempre lo recordará por las alegrías que dio a millones de paquistaníes", dijo Musharraf, concediendo póstumamente a Bob Woolmer el Sitarae-Imtiaz, o Estrella de la Excelencia. "Al mundo del cricket, y a Pakistán en particular, les será extremadamente difícil llenar el vacío que la muerte de Bob ha dejado".

A menos que sea uno de los incontables fanáticos del cricket de España (hagamos una pausa para dejar que terminen los aplausos de los aficionados a ese deporte. ¿No? ¿Nadie?), probablemente ni siquiera habrá reparado en esta noticia. Cuando Anna Nicole se encontró con la muerte en el Caribe, hubo una cobertura de 24 horas al día, siete días a la semana. Pero en Pakistán, las Indias Occidentales, Gran Bretaña y otros muchos países, la muerte de Woolmer es Anna Nicole aumentada chorrocientos millones de veces. Estaba el otro día en Chicago, hablando con un prominente periodista londinense, cuando sonó su teléfono móvil; le ordenaron marcharse en el primer avión con destino a Kingston y ponerse manos al crimen.

– ¿Quién lo hizo? – pregunté.
– La mafia rusa – dijo, ya a medio pasillo.
– ¿La mafia rusa? – repetí incrédulo – Eso no parece propio del cricket.

Pero parece que sí lo es. Estén o no implicados los rusos, los rumores sobre "un ajuste de cuentas de la mafia" campan a sus anchas por Jamaica. Justo antes del asesinato de su entrenador, el equipo paquistaní de cricket había perdido frente a Irlanda, que es algo así como que los New York Yankees pierdan contra mi abuela. Lord Condon, el director de la Unidad Anticorrupción del Consejo Internacional de Cricket, está ayudando a la resolución del caso.

De cualquier manera, pensaba en esta extraña muerte mientras seguía el resto de las noticias de la semana procedentes de Pakistán. Musharraf ha tenido sus éxitos, pero tiene bastantes problemas: el otro día suspendió al presidente del Tribunal Supremo; el principal partido del parlamento, la Liga Musulmana, se ha vuelto en su contra; también lo han hecho las tres agencias de Inteligencia, enfrentadas entre sí; y en zonas de la frontera afgana, más y más aldeas están siendo anexionadas por los talibanes, lo que al general no el importa demasiado, pero que sí importa a sus amigos en la Casa Blanca.

En el Washington Post, Ahmed Rashid pidió la jubilación del general y "unas elecciones libres y justas", que suena muy bonito pero que conduciría al único estado completamente nuclear del islam al mismo tipo de administración corrupta y débil del predecesor de Musharraf, y que sería acompañada enseguida del inevitable golpe de estado, o algo peor.

Si tuviera que trazar un organigrama de los problemas del mundo, Pakistán se encontraría en el centro. Decimos que las zonas tribales del noroeste están entre los lugares más remotos de la Tierra. Pero de hecho, cuando quisieron, los saudíes no tuvieron ningún problema en llegar hasta allí, repartiendo un montón de dinero y transformando profundamente esas aldeas: en Waziristán se pueden encontrar cabreros dotados de sistemas GPS y un cuarto de millón de dólares, lo que es un montón para un cabrero. Empezando por la frontera del noroeste, el dinero saudí y la ideología wahabí se infiltraron gradualmente en el país, en las mezquitas de las ciudades, radicalizando a una generación de jóvenes musulmanes. De allí pasó a los nuevos destacamentos de la jihad, hasta Indonesia, Tailandia y más allá.

Los vuelos de Pakistán al Reino Unido son hoy el conducto ideológico más importante para el islam radical. Los terroristas londinenses del 7 de julio eran británicos de origen paquistaní. La semana pasada, dos más eran detenidos en relación con los atentados del metro en el Aeropuerto de Manchester, mientras se preparaban para embarcar en un avión a Karachi.

Mientras tanto, volando desde Karachi e Islamabad hasta Heathrow y Manchester se encuentran las primas - montones y montones de ellas. En el estudio muy detallado sobre las bodas Punjabi, Roger Ballard escribe que "hermanos y hermanas esperan ahora que se les conceda el derecho a rechazar las ofertas de matrimonio entre sus respectivos hijos". En su investigación de la ciudad de Mirpur en Pakistán, estima que al menos la mitad y hasta los dos tercios de quienes viven en Gran Bretaña y son de ascendencia mirpuri se casan con primos-hermanos. Esta es una herramienta crítica de asimilación inversa: en lugar de diluirse a través de las generaciones, la identidad tribal se refuerza; de hecho, se están estableciendo territorios tribales paquistaníes en zonas del norte de Inglaterra y, al igual que Musharraf, las autoridades en su mayoría han concluido que estas comunidades son tan impenetrables y están tan aisladas que es mejor mantenerse a distancia.

Lo que nos lleva de vuelta al Torneo Mundial de Cricket y el extraño asesinato tras una inusitada victoria contra Irlanda y las sospechas sobre "un ajuste de cuentas de la mafia". El mundo civilizado olvida en ocasiones lo delgada que es la capa que separa la civilización de la barbarie: muchas instituciones respetables y venerables pueden ser carcomidas por dentro por depredadores y oportunistas. Externamente, no cambia gran cosa. Pero por debajo están funcionando todo tipo de fuerzas; para cuando te das cuenta, se necesita mucho esfuerzo para revertir el daño.

Pakistán nunca ha sido la entidad política más estable y plácida del mundo, pero ahora está podrida de extremo a extremo, con sus peores patologías amplificadas mediante el dinero y las ideologías árabes y el equivalente nuclear a una exclusiva de prensa rosa: misteriosas transferencias de tecnología entre China y Pakistán a través de Cachemira han sido detectadas recientemente.

Pakistán exporta el fruto de sus madrassas radicales en ideología y mano de obra a Gran Bretaña y más allá. La madre patria, como una vieja solterona, no quiere pensar mal de esos jóvenes de Manchester y Leeds y Oldham. Todos nos sentimos inclinados a ser deferentes con el multiculturalismo en estos tiempos: cuando los imanes son invitados a abandonar un vuelo en Minneapolis, lo más fácil es reprobarlo y demandar formación en sensibilidad para la tripulación, de modo que la próxima vez, hagan lo que hagan, sepamos cómo mirar hacia otro lado. El Gobierno de Quebec, que exige por ley una identificación comprobable con fotografía para poder votar, acaba de renunciar al requisito para los musulmanes: preséntese en las urnas con un burka o un niqab, y nadie será tan insensible como para comprobar si su cara encaja con la de su permiso de conducir.

Y así nos va: la tétrica sharia, día tras día, aislando cada vez más a comunidades ya de por sí proclives a la autosegregación, pero sin que haya nada demasiado importante o llamativo como para perturbar una imagen idílica. En Gran Bretaña, las autoridades pueden decirle (a grandes rasgos) el número de células jihadistas y el apoyo que suscitan entre la comunidad musulmana. Pero hacer algo al respecto es mucho más problemático. Si no, no sería cricket, chico.

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