De espaldas a Cuba
Una dictadura de carácter conservador es intrínsecamente mala, una comunista no representa más que una desorientación en la justa causa de la izquierda. Los castristas son para nuestros gobernantes compañeros de viaje
Durante años el Partido Socialista echó en cara a Estados Unidos el no haber intervenido para acabar con el régimen antidemocrático del general Franco. La realidad es que lo intentaron, pero se desanimaron ante la falta de una oposición seria y realmente comprometida con los valores democráticos. Hoy como ayer, el Partido Socialista conduce a España a una política de protección de otra dictadura, la castrista, a pesar del clamor de la oposición democrática para que aísle al régimen.
¿Por qué España tiene que significarse en Europa para rebajar las sanciones impuestas al gobierno cubano por su sistemática vulneración de los derechos humanos y sacar del ostracismo a una dictadura corrupta e ineficaz, que ha condenado a la población a la miseria y a la esclavitud? La respuesta es muy sencilla: no todas las dictaduras son iguales. Una dictadura de carácter conservador es intrínsecamente mala, una comunista no representa más que una desorientación en la justa causa de la izquierda. Los castristas son para nuestros gobernantes compañeros de viaje, mientras que la oposición democrática oculta a liberales, es decir, a reaccionarios. Y es que lo importante no es la democracia, que para ellos es instrumental, sino el socialismo, aunque ya ni ellos sean capaces de explicar qué se esconde tras esta palabra.
Es verdad que nuestro Gobierno no sólo da cobijo a dictaduras comunistas, también acoge a otras de signo reaccionario, pero siempre y cuando les acompañen en el viaje del antinorteamericanismo y compartan con ellos la denuncia de la globalización liberal. Pinochet o Franco eran insalvables, pero los ayatolás o los castristas merecen todo su respeto.
Cuba es muy importante para nosotros por distintos motivos. Nuestra presencia allí fue tan intensa como duradera. Representa un test de la defensa de los valores democráticos en nuestra acción exterior. Como antigua colonia, tenemos la responsabilidad de orientar a la Unión Europea sobre la política a seguir. Moratinos ha confirmado los peores pronósticos de lo que podía ser el viaje a Cuba, el primero de un ministro europeo desde la crisis de 2003. Ha dado la espalda a la oposición democrática, a pesar de la dura represión que está sufriendo; ha salvado la cara a un régimen repugnante; y, por último, se presentará ante la Unión con el discurso del diálogo y la comprensión con quien practica el despotismo y el asesinato.
El Gobierno de Rodríguez Zapatero no tiene duda: entre el pueblo cubano y la elite castrista ha optado por la segunda. Nadie se va a sorprender a estas alturas, ni aquí, ni en Europa, ni en Cuba. Ese es el fundamento de la Alianza de Civilizaciones, bandera de su política exterior, esa la expresión de las simpatías que el dictador y sus secuaces despiertan entre nuestra izquierda. Al fin y al cabo, y recordando las ilustrativas palabras de Almudena Grandes, Castro no hace más que llevar a la realidad los deseos de muchos de nuestros compatriotas, en el caso de que esta palabra todavía esté en uso.
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