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Miriam Leiva

Miguel Valdés Tamayo, mártir

El ensañamiento contra personas totalmente pacíficas, indefensas e inocentes lo practica un Gobierno que se ufana de poseer el mejor sistema de salud pública del mundo y que más respeta los derechos humanos.

El ensañamiento contra la oposición y, en concreto, contra los 75 prisioneros de conciencia de la Primavera Negra de 2003, se cobró la vida de Miguel Valdés Tamayo, un hombre pacífico de 48 años, en un hospital de La Habana, donde permanecía ingresado por el agravamiento de sus padecimientos cardíacos, el pasado 10 de enero.

Había recibido licencia extrapenal por motivos de salud a mediados de 2004 y era frecuentemente hostigado por la represión de la policía política del Gobierno de Cuba. Sin embargo, esas mismas autoridades no le otorgaban el permiso para salir del país, aún cuando poseía visas de dos naciones y temía que en su patria no pudiera prolongar su vida.

Lamentablemente, el desenlace fatal confirmó sus temores y demostró la crueldad del régimen cubano. Ocurrió en una instalación de salud pública, donde se supone que existen las posibilidades óptimas para el tratamiento de los enfermos. Cabe imaginar entonces las terribles condiciones en que se encuentran todos los prisioneros cubanos. No son infundadas las denuncias de los reos de conciencia y políticos, así como de sus familiares, sobre el deterioro progresivo de la salud en esos inhóspitos lugares donde la asistencia médica es más que deficiente.

El ensañamiento contra personas totalmente pacíficas, indefensas e inocentes lo practica un Gobierno que se ufana de poseer el mejor sistema de salud pública del mundo y que más respeta los derechos humanos. Habría que preguntarse qué conciben como humanos y como derechos.

Vergüenza por estas acciones criminales deberían sentir al menos los dirigentes políticos de Cuba. Tendrían también que poner fin rápidamente a tan despreciables prácticas. Pero no sólo los aproximadamente 300 prisioneros políticos padecen maltratos y vejaciones. La población penal cubana, una de las mayores del mundo en relación con sus habitantes, fundamentalmente negra y joven, llevada a delinquir por la crisis económica, política y social creada por este gobierno, sufre hacinada, maltratada y enferma.

Al velorio y el sepelio asistieron prisioneros de conciencia de los 75 con licencia extrapenal por motivos de salud. Pueden ser devueltos a prisión en cualquier momento y, al igual que Miguel, están permanentemente sometidos a la represión de los gobernantes de Cuba. También patentizaron su consternación las Damas de Blanco, muchos opositores y diplomáticos europeos. El himno nacional fue el último adiós que estremeció a todos.

Miguel Valdés Tamayo, amante de Cuba y su pueblo, fue sepultado el 11 de enero. Su muerte es un crimen bochornoso que debería convencer a las omnipotentes autoridades que tienen que terminar las atrocidades contra el pueblo, empezando por la liberación de todos los prisioneros de conciencia y políticos pacíficos, y la restitución de todos los derechos humanos a los cubanos.

Excarcelados por enfermedad del grupo de los 75 rinden tributo póstumo a Miguel Valdés Tamayo.

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