Bonhomía de Rodríguez
Manuel Trallero lo ha visto claro: prefiere que lo consideren una mala persona a que lo confundan con Rodríguez. Estoy con él. Si el nieto del capitán Lozano encarna la bondad, que Satanás vaya preparándome alojamiento.
Con las buenas intenciones de Rodríguez no se puede empedrar el infierno por falta de grandeza dantesca. Acaso un infiernillo para jugar al maquis por la noche en los jardines de La Moncloa: ahora vosotras erais una pareja de la Guardia Civil y me encontrabais hirviendo una patata detrás de aquellos setos.
Por lo visto, interesa mucho, en este punto del desastre, remarcar la bondad del presidente, recurso tan baladí que revela el desconcierto y el caos monclovita. Se apela a figuraciones porque no es posible hallar un acierto real con que adornarlo. De la joven casadera sin mayores atributos se decía antaño que era muy limpia. Rodríguez también es muy limpio.
Todavía estamos esperando que el poseedor de un ansia infinita de paz condene el asedio a las sedes populares. El tío es un pedazo de pan, al punto que en cuestión de horas habrá logrado, con la intercesión de Teresita, que toda la frustración y el malestar por los atentados de Barajas caigan sobre Rajoy como una losa. Cuestión de horas.
Antes de su aventura pancartera con el Prestige, antes de que se rodeara de la gente del cine para injuriar a Aznar y hacer frasecitas, uno ya tenía formada una idea sobre la candidez del personaje. Una idea basada en su ascenso a la Secretaría General del PSOE. Asombraba que un hombre tan justo y transparente se la metiera doblada a un aparato nutrido por maquiavelos de callejón, navajeros con corbata, trileros del presupuesto y demás seres comprometidos. Dirán que cualquier partido es irrespirable. Y dirán verdad. Pero hasta en la pestilencia hay grados.
En él quisimos ver a Mister Bean, a Mister Chance, a Zelig. Buscamos explicaciones a su éxito en la posmodernidad, en el pensamiento débil, en la empatía, en la sonrisa congelada del vendedor, en Dale Carnegie, en Goleman y su inteligencia emocional.
Manuel Trallero lo ha visto claro: prefiere que lo consideren una mala persona a que lo confundan con Rodríguez. Estoy con él. Si el nieto del capitán Lozano encarna la bondad, que Satanás vaya preparándome alojamiento.
Restan desapacibles incógnitas: ¿Qué faceta de la bonhomía conduce a un líder democrático a enaltecer a un hatajo de asesinos mientras denigra y persigue a la oposición? ¿Qué forma del altruismo le lleva a esconderse durante varios días tras un atentado mortal que niega punto por punto sus premisas? ¿Qué rama de la generosidad opera cuando el responsable máximo de proteger a los ciudadanos permite que los criminales respiren, se pertrechen y campen por sus respetos? Benigno y dulce, avanza sin vacilación el presidente abriendo paso a los verdugos.
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