Trágicos accidentes mortales
La principal diferencia entre el eufemismo gubernamental y las palabras que definen correctamente la realidad es que en el primero desaparece el culpable, el origen de la acción que lleva a la muerte. Un atentado tiene un responsable; un accidente, no.
"Usted ha traicionado a los muertos", dijo hace tiempo Rajoy, provocando un gran escándalo entre los innumerables fariseos que pueblan nuestra vida política. "Cuando el presidente habló de accidentes mortales se refería a los atentados", aclaró ayer el secretario de Estado de Comunicación, Fernando Moraleda. Año y medio ha transcurrido entre las dos declaraciones. El tiempo da y quita razones, y ha sido en este caso crucial para demostrar hasta qué punto el líder del PP tuvo razón en aquel duro debate sobre el estado de la Nación.
Los eufemismos se emplean para ocultar la crudeza que el término real y exacto al que sustituyen tiene, precisamente por ser fiel reflejo de aquello que define. Lo que nunca se podía imaginar antes de la actual legislatura es que el presidente del Gobierno sintiera la necesidad de ocultar el horror del terrorismo, llamando "trágicos accidentes mortales" a los atentados y asesinatos de la ETA. Porque la principal diferencia entre el eufemismo gubernamental y las palabras que definen correctamente la realidad es que en el primero desaparece el culpable, el origen de la acción que lleva a la muerte. Un atentado tiene un responsable; un accidente, no.
Las palabras de Zapatero no son un desliz inocente. Forman parte de todo un largo proceso de blanqueamiento moral de los etarras. El sanguinario De Juana Chaos, el que brindaba con champán los asesinatos cometidos por sus correligionarios, era para el presidente, más que cualquier otra cosa, alguien "favorable al proceso de paz". El repugnante Otegi, el portavoz de la banda asesina, el que justifica constantemente las atrocidades de la ETA, hace para el jefe del Ejecutivo "un discurso por la paz". Si los etarras pasan de asesinos a políticos más o menos accidentados, parece pensar ZP, quizá sea más sencillo vender a los españoles las cesiones que planea para el futuro, después de haberse cruzado ya de brazos ante el PCTV, aceptado la mesa de partidos y adormecido a la Fiscalía frente a los terroristas.
Sólo quedan dos barreras frente a los proyectos del Gobierno: la opinión pública que tiene en el PP su portavoz y en las víctimas del terrorismo su base moral y lo que queda de las instituciones que aún no está sometido al PSOE. No parece que la inmoralidad de eliminar a los terroristas como variable fundamental de los atentados vaya a ganarle apoyos al presidente en su proceso de rendición del Estado de Derecho. Pero servirá para recordar el alcance de la traición a la que ha sometido a las víctimas, equiparándolas con los fallecidos en una catástrofe aérea o una colisión ferroviaria.
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