El adiós a Loyola de Palacio
La fe de Loyola en sus ideas y el entusiasmo y la fuerza personal con la que las defendía ha sido el motor de una carrera política brillante, que estaba llamada a continuar si la enfermedad no la hubiera apartado tan pronto.
El último golpe de una cruel enfermedad ha acabado con la vida de Loyola de Palacio. Su salud estaba seriamente dañada por el cáncer, que le afectó con rapidez y severidad. El Partido Popular y la política española pierden así a uno de sus miembros más capaces, más valiosos, más dignos. Nos sumamos a las condolencias generalizadas por su pérdida.
En el partido de centro derecha están consternados, como no podía ser de otro modo. De sus compañeros durante años se pueden oír las mismas palabras dedicadas a la persona de Loyola de Palacio: tesón, coraje, fortaleza, valentía... Pero fue más que eso, porque todas esas cualidades personales las puso sin desmayo al servicio de las ideas de su partido, y que en su mejor resumen se podrían expresar como España y libertad; los españoles y sus derechos. De Palacio compartió la fortaleza moral frente a la amenaza terrorista de ETA que se desprendía también de compañeros de partido como Jaime Mayor Oreja o José María Aznar. Y defendió los intereses españoles en Europa con una determinación que hoy vemos con nostalgia.
La fe de Loyola en sus ideas y el entusiasmo y la fuerza personal con la que las defendía ha sido el motor de una carrera política brillante, que estaba llamada a continuar si la enfermedad no la hubiera apartado tan pronto. Esas ideas eran fruto de su experiencia personal y la honradez intelectual, una cualidad especialmente escasa en la clase política. Como prueba de ello puede servir una anécdota. De Palacio siempre fue crítica con el uso de energía nuclear, pero una vez hubo estudiado con cercanía el asunto no tuvo reparo en reconocer su error y sumarse a la defensa de esta importante fuente de energía.
Otra notable cualidad de su persona fue la vocación de servicio a los demás, que tuvo en su actividad política su expresión más destacada. Comenzó en AP cuando todavía era un partido minoritario y no ha cesado hasta el momento. Incluso se contaba con su presencia en la convención de Economía del PP, que tiene lugar estos días. Loyola de Palacio se ha enfrentado a su larga enfermedad con el coraje, el optimismo y la esperanza con que se enfrentó al cruel mundo de la política. Conocía de cerca valiosos ejemplos de lucha contra la enfermedad, y no se dejó arrastrar por ella sin lucha.
La de Loyola de Palacio es una pérdida lamentable, personal y políticamente. No sobran personas de esa valía en la política española, acostumbrada sin embargo al protagonismo de personajes que rivalizan en mediocridad, villanía y pobreza de espíritu. Esperemos que la trayectoria de Loyola de Palacio sirva de ejemplo para muchos de quienes ven en la política el espacio más adecuado para servir a sus conciudadanos.
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