La eclosión liberal
Allí estábamos, en la sala de actos del Hotel Calderón, disimulando no conocer la buena nueva de que la vieja escolástica marxista y el añejo corporativismo conservador, al final, han acabado en el altar.
No sé si lo de Girauta será ironía, sarcasmo, afán provocador o una declaración solemne de optimismo histórico. Pero no se me ocurre otra explicación posible a esa excentricidad suya de poner por título La eclosión liberal a un libro pensado y escrito nada menos que en Barcelona. Como tampoco acierto a comprender si sólo fue un gesto de humor negro la idea de presentarlo el mismo día que los camisas pardas volvían a tomar posesión de nuestro futuro. En realidad, lo único que a estas horas tengo por seguro es que lo ha gestado en un ordenador fabricado con ese material del que se hacen los sueños. De ahí que en sus páginas se haya permitido desoír la gran máxima de Lincoln:" Con la Historia se puede hacer cualquier cosa, salvo huir de ella".
En fin, el caso es que allí estábamos, el autor, Daniel Sirera, Arcadi Espada y uno mismo, los cuatro simulando ignorar que la nuestra es la crónica de una interminable eclosión gregaria, que ya va para dos siglos. No queriendo acusar recibo de esa feliz complacencia con la mediocridad de la sociedad española. Ni de su corolario, la falta de ambición. Ni tampoco de su miedo patológico a la competencia. O de su recelo cerval hacia los individuos. Allí estábamos, en la sala de actos del Hotel Calderón, disimulando no conocer la buena nueva de que la vieja escolástica marxista y el añejo corporativismo conservador, al final, han acabado en el altar. Y no para alumbrar otra ideología, sino para institucionalizar una actitud, la hoy canónica que bendice ese estado de cosas.
Y allí estaba Girauta, hablándonos de la economía del conocimiento. Y del mundo postindustrial de Peter Druker. Y de la paradoja global de Naisbitt. Y de Tom Peters. Y de Edward de Bono y los gurús de la creatividad. Y de La inteligencia emocional de Goleman. Pero la gran foto de portada del periódico que tenía encima de la mesa reproducía la cara de Paco El Pocero, que se ve quiere el avión más grande que haiga. Y dentro, en las esquelas de la página ocho, los alegres deudos de los resucitados nos rogaban que no rezáramos ningún responso ni por Largo Caballero ni por el Doctor Negrín, ya que –nos confirmaban– ni los difuntos están muertos ni tienen pensado abandonarnos jamás. Y el de la contraportada, ese que a cinco columnas prometía por su conciencia y honor cumplir y hacer cumplir los deberes escolares que le pusieran sus maestros en el colegio, respondía por Pepe Montilla, y se decía presidente de Cataluña.
Menos mal que el futuro es nuestro.
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