El maligno virus de El País
De haber alguna conspiración ésta habría sido fraguada, después del 11-M, en las profundidades del Ministerio del Interior para que nada pudiera inquietar la llamada "versión oficial" que circunscribe el atentado a una célula islamista.
El pasado 16 de octubre remití al diario El País un artículo titulado "Por alusiones conspirativas". El 17 de noviembre recibí una comunicación del Consejo de Lectura del periódico. En ella se me comunicaba que el Consejo había leído mi artículo pero que "lamentablemente no lo podremos publicar en estos momentos. Diariamente llegan a nuestra redacción una gran cantidad de ellos que en muchos casos, por cuestiones de falta de espacio no se publican."
En realidad mi artículo, sin acogerme al derecho de rectificación, pretendía aclarar a los lectores de El País las grandes inexactitudes vertidas sobre mi persona al presentarme como adalid de la "teoría de la conspiración" supuestamente alimentada por El Mundo, la Cope y Libertad Digital sobre la autoría del 11-M.
Este mismo domingo el columnista de El País, Javier Pradera, en su habitual columna semanal, volvía a la carga denunciando la "transformación alucinógena sufrida por la causa judicial" al salir de las manos de Baltasar Garzón el sumario sobre la falsificación del informe sobre el ácido bórico. La teoría de la conspiración sería un "maligno virus político", infectado en la sociedad española por el PP –con Eduardo Zaplana a la cabeza– y un grupo afín de periodistas y locutores para atribuir la matanza del 11-M "a un batiburrillo criminal formado por ETA, agentes de servicios de inteligencia extranjeros y miembros de las fuerzas de seguridad teledirigidos por el PSOE".
A la vista de tanta contumacia he encontrado en Libertad Digital la acogida que por razones de deontología periodística debí hallar en el diario independiente de la mañana.
Por alusiones conspirativas
Después de leer el artículo de Juan Luis Cebrián, publicado el día de la Hispanidad, "Sobre la mierda (de toro)", decidí escribir estas líneas con la esperanza de encontrar acogida en las páginas de El País. Invoco para ello mi condición de comisionado del Grupo Popular en la Comisión del 11-M que los lectores del periódico conocen bien, pues he sido aludido con bastante frecuencia por esta causa en los últimos tiempos al presentarme como un "entusiasta adalid" de la "teoría de la conspiración". De ser eso cierto, pertenezco al grupo de alucinados que como sintetiza Cebrián sostiene que "los terroristas del 11-M formaban parte de una conjura instrumentada por los servicios franceses y/o marroquíes, con la colaboración de la policía española, sectores de la Guardia Civil, militantes socialistas, confidentes de la pasma, narcotraficantes y, desde luego, activistas de ETA... Este conglomerado de conspiradores habría embaucado a unos moritos... a fin de perpetrar un golpe de Estado que desalojara a la derecha del poder". (Cebrián denuncia la utilización del apelativo "moritos" al que tilda de racista como si hubieran sido los teóricos de la conspiración los inventores de dicho término, sin tener en cuenta que así se les llamó desde un principio en informes policiales aportados a la Comisión del 11-M.)
Pues bien, nunca he sustentado ni de cerca ni de lejos semejante teoría. No pretendo hacer propaganda de mi libro sobre el 11-M pero su título es suficientemente expresivo de mi pensamiento: "Demasiadas preguntas sin respuesta". Invito a leer sus conclusiones. Si alguien se toma la molestia de acudir a las hemerotecas, sin orejeras, tampoco encontrará en mis artículos publicados en el periódico de la "derechota" (el palabro es de Juan Luis Cebrián) huella alguna de la famosa teoría de la conspiración. Me he limitado única y exclusivamente a formular preguntas acerca de los numerosos puntos oscuros de una investigación que, a mi juicio, no ha logrado cerrar el sumario instruido por el juez del Olmo. Al Gobierno actual le reprocho enrocarse en la "teoría de la negación", pues por las razones que sea ha cerrado a cal y canto el Ministerio del Interior. De modo que de haber alguna conspiración ésta habría sido fraguada, después del 11-M, en las profundidades del Ministerio del Interior –por razones de falso corporativismo o por cualquier otra causa más inconfesable– para que nada pudiera inquietar la llamada "versión oficial" que circunscribe el atentado a una célula islamista durmiente que despierta de pronto en Lavapiés para hacernos morder el polvo a causa de nuestra infame presencia en Irak.
Tampoco estoy empeñado en demostrar que ETA participó en la terrible masacre del 11-M. En mi artículo titulado "ETA también estaba allí", mal citado por Ernesto Ekaizer hace unos días, tampoco aventuro teoría alguna: "¿Dice la verdad Suárez Trashorras? No lo sabemos. ¿Estuvo ETA allí? Tampoco lo sabemos. En cualquier caso, las declaraciones del asturiano demuestran la necesidad de abrir una investigación a fondo sobre la posible conexión etarra". O sea, que si lo declarado por Suárez Trashorras fuera cierto, resultaría que el tristemente célebre Jamal Ahmidan, alias "El Chino", era amigo de uno de los terroristas detenidos en Cañaveras el 29 de febrero de 2004 cuando trataban de introducir en Madrid una furgoneta-bomba con 536 kilos de explosivos. Luego ETA pudo estar allí. Comprendo que la Policía no otorgue credibilidad alguna a lo revelado por quien se enfrenta a una condena de cientos de años de cárcel, pero en tal caso tampoco deberían los investigadores policiales dar crédito a la versión proporcionada por dos miembros de ETA sobre el robo "casual" en las inmediaciones del domicilio del asturiano en Avilés del coche utilizado en el atentado perpetrado el 3 de diciembre de 2004 en Santander.
Lo que he dicho –y sostengo– es que entre etarras e islamistas, sobre todo a partir del 11-S, se han establecido relaciones que van más allá de la mera convivencia en el mismo módulo carcelario. Los informes policiales aportados al juez del Olmo, que rechazan taxativamente la existencia de vínculos "operativos", se asientan en elucubraciones que en algún caso son un insulto a la inteligencia. No tengo prueba alguna de la implicación de ETA en el 11-M, pero sí afirmo que no ha habido una investigación digna de tal nombre. Mientras ésta no se lleve a cabo tan temerario es afirmar que ETA estuvo allí como lo contrario.
Una referencia al juez Garzón. El titular del Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional compareció en la Comisión del 11-M en su condición de "experto" en terrorismo islamista. Nos dijo que un miembro de los Tedax le dijo a las 12,30 horas del día 11 de marzo, en la estación de Atocha, que el explosivo utilizado era titadyne, aunque no podía recordar su nombre. Por este motivo, creyó que el atentado había sido obra de ETA hasta el momento en que tuvo conocimiento del hallazgo de la famosa cinta coránica en la furgoneta de Alcalá de Henares. Garzón expuso ante la Comisión las razones –elucubraciones– por las que, a su juicio, ETA no podía ser la autora del atentado, ratificando aquello de que etarras e islamistas son como el agua y el aceite, que nunca se mezclan. Lo que no nos dijo –ni nosotros lo sabíamos en el momento de su comparecencia– es que por orden suya la Policía tenía estrechamente vigilados a buena parte de la célula de Lavapiés, como el Tunecino, el Egipcio y otros, e incluso quince días antes del 11-M había autorizado la intervención del teléfono de Jamal Zougam, acusado por el juez del Olmo de haber colocado bombas en los trenes. Garzón presume de haber dirigido todas las operaciones llevadas a cabo en España contra el terrorismo islamista. Pero no ha explicado hasta ahora por qué, a pesar de haberlos sometido a tan estrecha vigilancia, los terroristas consiguieron burlar a la Policía y cometer el atentado.
Por querer saber la verdad, toda la verdad, del 11-M, el presidente Rodríguez Zapatero sitúa al PP en la derecha extrema o, incluso, en la extrema derecha. Celebro por ello el editorial de El País del 12 de octubre pasado, que niega que el PP se haya convertido en un partido fascista ni de extrema derecha. Por lo que a mí se refiere, recordaré que fui fundador de la UCD, tuve el honor de participar en la elaboración de la Constitución de 1978 como senador constituyente y contribuí –creo que de forma decisiva– a la democratización y "amejoramiento" del Fuero navarro. He combatido, sin más armas que las que me proporciona el Estado de Derecho, al terrorismo de ETA Hoy como ayer defiendo que sólo el pueblo navarro, y nadie más, tiene derecho a decidir su futuro. Así que de derecha extrema o de extrema derecha nada de nada.Lo más popular
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