Colabora
José García Domínguez

La cloaca turca

De ahí que su posterior simulacro de ejecución contra un muro no fuese más que una broma. Otra. Igual que las que parecen gastar Erdogan y el tipo que luce sonriendo a su lado en todas esas fotos.

Derya Aksakal también es socialista, como el hombrín que aparece bromeando con Erdogan en todas esas fotos. Sin embargo, ella no sonríe nunca. El tres de marzo del año pasado perdió definitivamente las ganas. Aquel día, un grupo de encapuchados la abordó en una callejuela de su ciudad, Estambul. Luego, le vendaron los ojos y la metieron a empujones en una furgoneta. Derya reconoció a uno por la voz. Así, antes de que empezasen a interrogarla en el almacén abandonado supo que estaba en manos de la secreta. Más tarde, también descubriría que sus secuestradores eran fumadores compulsivos; en concreto, cuando apagaron un paquete de cigarrillos por todos los rincones de su cuerpo.

Aunque lo peor llegaría al extinguirse la llama de la última colilla en el cenicero de su piel. Entonces le anunciaron que iban a matarla. Una sentencia habitual en Turquía, por lo demás. En los últimos doce meses, veintiuna personas han aparecido acribilladas a tiros por negarse a obedecer el "alto" de la Policía. Y Derya habría sido la número veintidós, si aquellos funcionarios no hubieran estado de buen humor. Pero lo estaban. De ahí que su posterior simulacro de ejecución contra un muro no fuese más que una broma. Otra. Igual que las que parecen gastar Erdogan y el tipo que luce sonriendo a su lado en todas esas fotos.

Quizá Aydin Ay ni siquiera sepa quién es el extranjero risueño que abraza a su presidente en la pantalla del televisor. Porque Aydin Ay no sabe casi nada. Lo único que sabe Aydin Ay es que un 27 de octubre lo detuvieron. Que primero lo desnudaron. Que después lo sometieron a descargas eléctricas por todo el cuerpo. Que se centraron con un detenimiento obsesivo en sus testículos. Y que, al final, le obligaron a firmar un documento cuyo contenido aún ignora.

En cambio, la activista pro derechos humanos Gulbahar Gunduz sí conoce muchas cosas; tal vez, demasiadas. Algo que la obliga a ser escéptica. Por ejemplo, ella no termina de creer que Zapatero y Erdogan vayan a coproducir una película sobre su historia. Aquella que empezó en Estambul un 14 de junio, cuando fue secuestrada por unos policías vestidos de civil; los mismos que más tarde la condujeron a un edificio desconocido, donde la violarían por turnos.

El caso de S.T., un adolescente de 16 años, también viene recogido en el último Informe de Amnistía Internacional sobre Turquía. Le taparon la cabeza con una bolsa y lo ataron de pies y manos. Ocurrió el pasado 26 de noviembre. Al parecer, querían saber del paradero de su hermano mayor. Pero no podía ayudarles: lo ignoraba. Ahora, no recuerda cuántas horas permaneció inconsciente en la puerta del cementerio. Tampoco el objeto con que le golpearon en la cabeza. Aunque cree que pudiera tratarse de la culata de la misma pistola que apoyaron en su sien mientras le gritaban. Por lo demás, S.T. no sabe hablar español. Razón de que tampoco hubiese podido entender al tipo feliz que siempre sonríe, cuando sentenció: "Con violencia, nada de nada".

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