Una difícil relación con la realidad
Si Piqué hablara en castellano en la Ciudadela estaría fingiendo, y hace muy bien en advertirlo. Así nos evita equívocos y contribuye a definir la línea separadora de las dos realidades, permaneciendo él, por siempre, en la virtual.
De lo publicado sobre Ciudadanos por algunos nacionalistas sensibles se infiere qué novedad les ha resultado más dolorosa: la feliz irrupción de la sinceridad en Matrix. En concreto, y sin contar esos tres escaños como tres soles, el sapo más difícil de tragar ha sido la promesa espadiana y boadellesca de "restablecer la realidad".
Se desconoce cuántas voces deben alzarse en la denuncia de la discriminación del castellano para que el establishment catalán acepte lo evidente. Cualquier padre o madre sabe de las restricciones escolares –vehiculares, programáticas, fácticas– al idioma más hablado de Cataluña. Toda persona informada conoce las multas a los comercios que rotulan en castellano. Si uno tiene oídos y ojos, y pisa Cataluña, asiste a la evidencia del bilingüismo real en la calle, constata que la primera opción de los catalanes al ir al cine es el doblaje al castellano y la primera elección al comprar la prensa ídem de ídem... en tanto que la vida parlamentaria transcurre exclusivamente en catalán, con la ya vieja excepción de Alberto Fernández y Julio Ariza. Restablecer la realidad en Cataluña significa pues, entre otras cosas, que el bilingüismo llegue a las instituciones y que políticos, periodistas y profesores se recuperen de su sordera.
Tiene toda la razón del mundo Josep Piqué cuando dice que sería una impostura que él hablara castellano en el Parlament. Se refiere a la segunda acepción de "impostura": fingimiento o engaño con apariencia de verdad. A estas alturas nadie ignora el espacio de lo real (aquí verdadero) que ocupa don Josep; exactamente el mismo que Mas, Carod, Saura y Maragall (el honorabilizable Montilla no ocupa ninguno pues todo en él es impostura).
Si Piqué hablara en castellano en la Ciudadela estaría fingiendo, y hace muy bien en advertirlo. Así nos evita equívocos y contribuye a definir la línea separadora de las dos realidades, permaneciendo él, por siempre, en la virtual. Es decir, en la de los que representan a todos los catalanes pero, para las cosas serias, usan sólo uno de sus dos idiomas. La cosa se llama diglosia: "Bilingüismo, en especial cuando una de las lenguas goza de prestigio o privilegios sociales o políticos superiores." (RAE)
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