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Álvaro Martín

Lo mejor está por llegar

No soy de la opinión de que la Administración Bush acaba aquí. Al contrario, ahora es cuando empieza a gobernar para la historia (es decir, para que haya una historia y que todos nosotros lo podamos contar).

El escritor británico Christopher Hitchens dice que apoya la ocupación de Irak incluso más ahora que en un comienzo y tanto más cuanto peor van las cosas. Estoy de acuerdo. Y otro que está de acuerdo es el presidente Bush. Irak es el conflicto central en la Guerra por la Civilización. Este presidente va a seguir combatiendo hasta el 20 de enero de 2009.

Tengo mis diferencias con la Administración americana. Me fastidia la posición de Bush sobre inmigración. Me horroriza su política fiscal. Pero, francamente, aquí y ahora, el mundo se divide entre Churchill y Chamberlain. Entre Lincoln y McClelan. Entre Nancy Pelosi y George W. Bush. Abraham Lincoln fue, en vida, el presidente más impopular hasta... en fin, hasta el actual, y los demócratas de la época, llamados Peace Democrats porque su "ansia de paz" era perfectamente conciliable con la esclavitud y la secesión de la mitad sur del país, también ganaron las elecciones de 1862 sobre esa plataforma y hubieran arrebatado la presidencia a Lincoln dos años después de no ser porque Sherman tomó Atlanta a tiempo. ¿Quieren guerras impopulares para el público americano? ¿Qué tal la que ganó George Washington en 1783? ¿Y la que acabó en Appomatox? Comparada con los conflictos que alumbraron Estados Unidos, la Guerra de Irak es muy popular. Y al presidente Bush le sobran la lucidez, la determinación y la decencia como para no batirse en retirada.

Dicen que el pueblo norteamericano ha enviado un mensaje en las elecciones del 7 de noviembre para que la Administración abandone su política...¿ cómo era?... ilegal, ilegítima e injusta contra los indefensos iraquíes. Los españoles no somos muy buenos en idiomas, así que quizá sea mejor no traducir tan libérrimemente. Si unos cuantos cientos de votos en determinadas circunscripciones hubieran cambiado de signo, los republicanos hubieran mantenido ambas cámaras, hecho, por cierto, que habría representado un acontecimiento sin precedentes desde los tiempos de Roosevelt y, en el caso de los Republicanos, desde los tiempos de la Reconstrucción (1865-1876). Es aburridamente convencional que los electores norteamericanos depositen el control del Congreso a los pies del partido de la oposición después de seis años de una determinada Administración.

Ah, sí... la guerra. Nancy Pelosi, la próxima presidenta del Congreso, dice, en el momento dulce del triunfo contra Bushhitler, que en ningún caso la mayoría demócrata va a cortar la financiación de la ocupación. Teniendo en cuenta que piensa, como toda persona de bien, que Bush debiera ser enjuiciado como criminal de guerra y que la ocupación de Irak es la segunda encarnación de la matanza de los inocentes, ¿alguien cree que si hubiera recibido de los electores un mandato tan claro de oposición a la guerra no se juzgaría en el caso de cortar el grifo financiero? Es probable que termine haciéndolo, pero de tapadillo, precisamente porque ese supuesto mandato pacifista no es, en absoluto, una realidad. Es verdad que el resultado electoral es una censura de la impotencia de la Administración en el teatro de operaciones, pero no necesariamente, ni siquiera secundariamente, un voto por la retirada. Muchos candidatos del Partido Republicano hicieron una pésima campaña, rehusando debatir, al modo maricomplejín, el tema central de la campaña, es decir, la guerra y huyendo de la compañía pestilente del cuarto jinete del Apocalipsis, llamado Bush, porque lo que tocaba, según sus cálculos, era distanciarse y pedir la cabeza del secretario de Defensa y demostrar que ellos son tan críticos como Cindy Sheehan y por eso merecía la pena reelegirles. Pero para este viaje, mejor elegir el modelo y no la copia.

Es profundamente injusto que Donald Rumsfeld, el mejor secretario de Defensa desde Henry Knox (y éste lo fue entre 1789 y 1793), salga con oprobio del Pentágono. Me habría gustado que Bush lo hubiera hecho de otra manera. O, mejor dicho, que no lo hubiera hecho en absoluto. Y, sí, es una concesión de importancia. Con las cámaras en manos de la oposición, el triángulo suní ha llegado a Washington y ahora toca aplicar las técnicas iraquíes de consenso en el Capitolio, también conocidas como "política". Claro que las algaradas callejeras son más fáciles cuando se trata de desgastar al que está en el poder, pero cuando uno es el que está en el poder, no se puede manifestar contra sí mismo, y menos si de lo que se trata es de que nuestra Hillary mantenga sus centristas expectativas de alcanzar la Casa Blanca. Por supuesto que la nueva mayoría convertirá la vida del presidente en una estancia de dos años en Fallujah, pero para eso hay un busto de Abraham Lincoln en el Despacho Oval. Nadie dijo que sería fácil pasar a la posteridad.

No soy de la opinión de que la Administración Bush acaba aquí. Al contrario, ahora es cuando empieza a gobernar para la historia (es decir, para que haya una historia y que todos nosotros lo podamos contar). Liberado de la obligación de presentarse a las elecciones e imposibilitado de llevar a cabo agenda legislativa alguna, el único punto en el Orden del día es la Guerra contra el Terror y la única competencia real es la de comandante en jefe. Bush no es Lincoln, a pesar de que yo me empeñe. Pero es la única pareja de baile de la civilización occidental y, si intuyo una cosa o dos sobre el presidente, creo que va a bailar hasta el final.

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