Robinson Carod va a civilizarnos
"Eee... amén", cuentan que se le oyó susurrar al Muy Honorable Pepe Montilla, al concluir Carod la lectura de la sentencia. Motivos para lucir feliz no le faltaban al iznajarí. A fin de cuentas, al otro no le dio por rebautizarlo Jueves allí mismo.
Dejó escrito su admirado Joan Fuster que las lecciones más útiles son precisamente aquellas que decidimos no aprovechar. Lástima que el vicepresidente de mi realidad nacional ornamental desconozca la obra del misántropo de Sueca. Qué le vamos a hacer, ya lo confesaron en el eslogan de la campaña: son como son. Y como son como son, Carod, con ese aire tan inconfundiblemente suyo, ese híbrido entre la chulería cuartelera y el tono sobrado de algunos maestrillos de catalán incubados en Rosa Sensat, acaba de anunciar la buena nueva: va a civilizarnos. Por las buenas o por las malas, supongo. Aunque, eso sí, en cualquiera de los dos casos, por nuestro propio bien. Pues, en ese su afán evangelizador "no hay margen para el resentimiento, ni la venganza ni el rencor".
O sea, que ni tan siquiera nos tendrán ya por unos hijos de puta, tal como prescribiera su doña con precipitada benevolencia . Nada, ni eso. De hecho, ni la genuina escolástica marxista –la fetén, la de Groucho– servirá para categorizar el nuevo lumpen incivil que habremos de engrosar a partir de hoy. Porque tan poco rencoroso ha resucitado nuestro Garibaldi del Todo a cien que ni piensa otorgarnos el pío consuelo del Virgencita que me quede como estaba. Quia, que exclamarían Camba, Arcadi y Cristina Losada. No, no. No es que nos pretenda facturar desde la nada a la más absoluta de las miserias, sino viceversa. "Todavía hay demasiados millones de ciudadanos jacobinos por civilizar. Esta será nuestra contribución", prometió la segunda autoridad del Estado Residual en Cataluña. Más clarito, agua.
Aunque no habría de ser ése el único mensaje cifrado para los salvajes de la reserva en la solemne declaración de intenciones de Carod. Aún hubo otro aviso a navegantes igual de perentorio. Uno sobre por dónde van a seguir yendo los tiros del CAC, las Oficinas de Delación Lingüística y los informes de los espías de conversaciones infantiles en los patios de los colegios. "Hoy más que nunca queremos construir una sociedad (...) que no mire la lengua familiar que cada uno privadamente hable en su casa", murmuró. Dicho en román paladido: "Leedme los labios, bárbaros, salvajes, primitivos, ciudadanos y demás ralea: Hoy más que nunca queremos construir una sociedad que mire, controle, mida, puntúe, audite, evalúe, homologue, filtre y, por supuesto, sancione y castigue el uso que hagáis de la única lengua pública que procede utilizar fuera del ámbito estrictamente íntimo de las cuatro paredes de vuestras casas. Advertidos quedáis".
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