Ignacio Cosidó
La paradoja catalana
El problema es que Zapatero no puede ahora pagar a CiU la dote que se había comprometido para poder mantener la relación. Montilla, con el firme amparo del PSC, se niega a convertirse en la doncella de Mas
Cataluña fue hace tres años la cuna del poder político de Rodriguez Zapatero. La alianza nacionalista de “progreso” que fraguó Pasqual Maragall con el Pacto de Tinell fue la misma que se reprodujo poco tiempo después en Madrid para permitir a Zapatero llegar a La Moncloa. Por una de esas habituales paradojas de la historia, Cataluña puede convertirse ahora en la tumba política de Zapatero. Primero porque las elecciones del pasado miércoles constituyen el primer batacazo electoral serio de los socialistas desde hace seis años. Segundo porque la estabilidad parlamentaria del Gobierno de España queda supeditada a los pactos que se puedan alcanzar finalmente en Barcelona. Y tercero porque las tensiones entre el socialismo catalán y el del resto de España pueden generar una crisis sin precedentes dentro del PSOE.
Zapatero entendió pronto que el pacto con los independentistas catalanes que la había aupado al poder constituía al mismo tiempo el camino más seguro para perderlo. Las permanentes salidas de tono en Cataluña de los republicanos, junto al chantaje constante al que le sometían en la Carrera de San Jerónimo, pasaban facturas demasiado altas en el conjunto de España. La tramitación del Estatuto Catalán puso en evidencia que aquello era un matrimonio imposible, máxime con un Maragall ejerciendo de suegra vendida a la otra parte. Rodriguez Zapatero escapó de esa crisis traicionando a ERC con CiU. El presidente del Gobierno inició así un firtreo público con Artur Mas, echando de su propia casa a ERC y desterrando a Maragall.
Pero el romance iniciado voluptuosamente con Mas ha durado aún menos que el lío con Carod Rovira. El problema es que Zapatero no puede ahora pagar a CiU la dote que se había comprometido para poder mantener la relación. Montilla, con el firme amparo del PSC, se niega a convertirse en la doncella de Mas en el Palacio de San Jordi y no parece que ZP pueda forzar a ello a un PSC que tiene mayoría de edad y se ha independizado de la casa paterna.
Zapatero se encuentra así en una disyuntiva complicada. Por un lado, ha podido comprobar en carne de Montilla que las veleidades con los nacionalistas radicales pasan una elevada factura electoral. Volver a liarse con Carod Rovira, después de tantas traiciones y disgustos, conlleva un alto riesgo de que sea el conjunto del PSOE el que termine sufriendo un fuerte desgaste electoral, especialmente ante la proximidad de citas electorales trascendentes. La experiencia catalana pone además claramente de manifiesto que la sonrisa del presidente no es suficiente para compensar sus errores de estrategia.
El segundo riesgo para Zapatero es que los pactos que puedan terminar germinando en Cataluña pongan en riesgo la estabilidad de su Gobierno en España. A Zapatero le habría producido una gran tranquilidad haberse asegurado el apoyo de CiU en Madrid, mucho menos costoso en términos electorales para el PSOE que el de ERC. Se trataría de forjar una alianza no solo para lo que quede de legislatura, sino pensando también en la siguiente. Pero tras las calabazas de Montilla a Mas, el presidente tiene asegurado más bien lo contrario.
Es más, en estos momentos ZP tampoco tiene seguro poder recuperar el apoyo de ERC, especialmente dolida por su traición con Mas. Tras el batacazo del PSC, los independentistas catalanes tienen hoy más peso específico y más fuerza moral en el tripartito que pretende liderar Montilla del que gozaban en el fracasado gobierno de Maragall. La primera prueba a superar en esta difícil negociación será la exigencia de los republicanos de restituir a Carod Rovira como Primer Consejero, algo que los socialistas se resisten a aceptar. Montilla pretende de hecho reclamar a sus socios mayor autoridad política con menor peso parlamentario, algo que republicanos y eco-comunistas difícilmente consentirán. No hay que descartar por tanto la formación de un frente nacionalista en Cataluña, una coalición de CiU con ERC, que no sólo complique aún más la política territorial del Gobierno sino que deje a Zapatero sin mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados, obligándole a una convocatoria anticipada de elecciones.
El resultado de las elecciones catalanes azuzará en todo caso las divisiones internas dentro del PSOE, unas tensiones que existen aunque se encuentren muy atenuadas por el ejercicio del poder. El ex-ministro y ex-candidato a alcalde José Bono, con la incontinencia verbal que le caracteriza, ha sido el primero en mostrarse contrario a reeditar el tripartito que quiere hacer Montilla. El propio presidente del partido, Manuel Cháves, consciente del coste que puede tener la alianza con los catalanistas radicales en Andalucía, sugirió también sus preferencias por una alianza con el nacionalismo más moderado. En realidad, son muchos los barones del PSOE que han contemplado con horror la posibilidad de que el batacazo electoral de sus compañeros en Cataluña pueda reproducirse en mayo en sus propios feudos.
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