Llega la narbomulta
Por otra parte, este asunto del racionamiento del agua potable suscita múltiples interrogantes, a cual más ominoso: Si tengo un vecino ocupa, ¿puedo comprarle su abundante excedente hídrico mensual para evitar la narbomulta?
Ignoro cómo es de intensa la relación de los políticos socialistas con la higiene. Sin embargo, la de sus vanguardias de votantes más arriscados resulta evidente, a poco que uno examine las imágenes de cualquier manifestación encabezada por la extrema izquierda, como hemos tenido ocasión de comprobar en España desde el hundimiento del Prestige. Cada cual es muy dueño de establecer sus pautas higiénicas (diarias, semanales, mensuales, etc.); allá él (o ella) y los que les rodean, pero lo que no está bien es tratar de imponer a los demás esas costumbres, por otra parte más que dudosas, que no deberían sobrepasar la parcela más íntima del ser humano.
La ministra Narbona, que desde que llegó al cargo no para de darnos alegrías, amenaza ahora con castigar pecuniariamente a quienes gastemos más de sesenta litros de agua diarios. Para fijar el cupón de esta cartilla de racionamiento higiénico se ha hecho asesorar, según ella misma confesó, por la ONG Ecologistas en Acción. Hombre, hubiera sido mejor que tomara como modelo de consumo a cualquiera de sus colegas de gabinete, de los que tienen chalecito con césped, piscinita y jacuzzi, porque con esa media hubiéramos tenido un respiro los demás, que no tenemos más remedio que recurrir a la ducha hogareña para toda la familia, en muchos casos numerosa. Porque si se toma como referencia a unos señores acostumbrados a luchar por la salvación del planeta pegando barrigazos por los sembrados y haciendo gala de su compenetración telúrica con su aspecto y hábitos, al final acabamos todos fastidiados. Es como si me toman a mí, alopécico galopante (el exceso de testosterona, ya se sabe), como referencia para la producción nacional de peines; al final, los que lucen una envidiable cabellera acabarían todos multados.
Pero es que el caso del racionamiento del agua es todavía peor, porque, en esencia, no existe ningún motivo para que su uso deba ser restringido. En España, como es notorio, no hay escasez de agua. Hay tan sólo un desequilibrio entre las cuencas del tercio norte y las del tercio sur, para lo cual el ingenio humano inventó los trasvases, el último de los cuales fue suprimido precisamente por el partido de la ministra Narbona. Que sea ella precisamente la que venga a reñirnos (y multarnos) por lo que no es más que una consecuencia de su propia ineficacia y mala fe es algo que sólo puede admitir sin rebelarse una sociedad políticamente anestesiada como la española.
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