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Pío Moa

La industria de la Guerra Civil

Todo ese emporio de dinero, poder, fama y prestigio ¿va a venirse abajo de pronto, por obra de unos cuantos tipos al margen de las estructuras oficiales, que tienen la desvergüenza de no sacar cuartos del erario y vender muchos libros?

Nos asegura nuestro buen ciudadano Reig Tapia, en nombre del gremio de los historiadores progres: "Ser leído es un privilegio del que hay que hacerse dignos". Muy bien. A continuación se contradice un tanto (no parecen importarle mucho las contradicciones, quizá por aquello del materialismo dialéctico), y agrega: "Si son pocos o muchos los lectores que por esa vía alcancemos (...) no nos produce la menor inquietud". No osaré yo dudar de las numerosas virtudes que han llevado al señor Reig a la cátedra, pero salta a la vista que ni la coherencia ni la sinceridad se encuentran entre ellas. Lo comprobaremos a cada paso.

Así, nos informa unas líneas más abajo de que la versión progre de la historia es, simplemente, inatacable, y el "revisionismo", por tanto, no tiene ninguna oportunidad frente a ella: "Aún tratará de entablar alguna que otra 'batallita' mediática tan absurda ya como inútil siempre". Entonces, ¿por qué se molesta él en escribir medio millar de páginas con la ayuda y el estímulo de tantos ilustres cátedros y profesionales de la cosa (el librote, confiesa, es "más deudor de muchos colegas y amigos" de que de él mismo)? ¿Por hacerse digno del privilegio de ser leído, aunque tampoco sienta la menor inquietud si casi nadie lo lee?

También cabe preguntar: ¿y por qué resulta "inútil y absurdo" el propósito "revisionista"? Aquí, Reig, responde con más sinceridad y menos contradicción. Dicho propósito, nos ilustra, "no tiene nada que hacer ante la Historia". Notificados quedamos. Mas, como buen marxista, Reig precisa algo más tangible, más material, que los algo volátiles juicios de doña Clío. Los "revisionistas", añade, tampoco tienen nada que hacer "ante resoluciones políticas como la acordada el 31 de marzo de 2006 por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa para que el 18 de julio se declare día oficial de condena de la dictadura franquista". ¡Ajá! Cualquier demócrata (pero ¿qué es la democracia "formal" para un marxista de pro?) sospechará de un Consejo autonombrado "de Europa" que se extralimita en sus funciones, y usufructúa, como observó Ortega de otros extralimitados, "una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre". El mal aconsejado Consejo pontificaba, además, a sugerencia del gobierno de Zapo el Rojo, resuelto a establecer por ley que los estalinistas, los demás marxistas, los racistas, anarquistas y golpistas republicanos o catalanistas... ¡luchaban por la libertad en los años 30! Nuestro digno catedrático opina, muy a la marxista, que la verdad de la historia debe imponerla el poder político... progre. Para eso está.

Bien cierto es que a Reig, como al gremio en conjunto, nunca les preocupó la veracidad histórica, según revela su forma de "debatir". Su método consiste en fijar etiquetas denigratorias siguiendo la vieja y a menudo eficaz receta de la Comintern (no perdamos de vista las raíces marxistas –y a menudo el tronco y las ramas– de estos señores. Ya hablaremos de ello): "Los camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente". Por ello su "debate" se centra en calificar insistentemente a los críticos de "franquistas" o "neofranquistas", en igualar la revisión de la guerra civil a la negación de la Shoah, y trucos parecidos.

Ya abunda en esa táctica el prólogo de Preston, uno de los más distinguidos falsarios –no es una etiqueta, lo he demostrado amplia y concretamente– de la historiografía progre. Tras soltarnos algunas trolas sobre el "movimiento popular que reclamaba la recuperación de lo que ha venido a llamarse memoria histórica" (ni recuperación de ninguna memoria, sino de las viejas propagandas, ni movimiento popular, sino montaje político bien engrasado con fondos públicos), ataca a Stanley Payne por haber osado apartarse del coro denigratorio y reclamar los fueros de la democracia y el debate intelectual honesto. Nos cuenta Preston con singular caradura: "Nos ha extrañado el hecho de que el profesor Payne diga que el otrora terrorista ha sido víctima de 'persistentes exigencias' para que sea 'silenciado' o 'ignorado', afirmación que difícilmente cuadra con la libertad con que parece que el señor Moa vende cientos de miles de libros o con la frecuencia de sus apariciones en los medios de comunicación". Ciertamente, señor Preston, usted y todo el gremio, y muchos políticos y poderosos medios de comunicación, han fracasado en su empeño inquisitorial de censurarme (lo del "otrora terrorista" sigue esa línea). Pero suena algo fuerte presentar ese fracaso como un mérito de ustedes.

Redondeando la jugada, termina el progre británico con una insidia típica: "si el profesor Payne se resiste a elogiar a Franco directamente, quizá se está permitiendo hacerlo indirectamente a través de las obras de Pío Moa". De nuevo la táctica intimidatoria, inquisitorial, de la Comintern: nada de discutir si lo que dicen Payne o Moa es cierto, "hay que etiquetarlos como fascistas o nazis".

A continuación dedica otro largo párrafo contra César Vidal, ironizando sobre su abundante producción de libros. Lo que no señala en ningún momento es si las obras de Vidal sobre las brigadas internacionales, las checas, Paracuellos, etc., contienen algún error fundamental. Total para qué, ¿verdad? La cuestión es muy otra.

¿Cuál es la cuestión, para estos caballeros? Ningún misterio. Se trata de mantener a toda costa una industria, en el doble sentido de la palabra, que les ha dado jugosas ganancias durante cuarenta años, la industria de la guerra civil y la república, montada ya bajo el franquismo: libros, congresos, artículos, reparto de puestos y prebendas, presencia constante en los medios de masas, fama, poder en la enseñanza y fuera de ella, abundante acceso a los fondos públicos... Y "erradicación" de cuantos rechazaran aquellas versiones del pasado que nuestro bravo Reig cree resueltas y santificadas definitivamente por el Consejo de Europa. En fin, un filón inagotable, pues siempre surgía alguna nueva idea, algún aniversario, algún personaje, sobre los que montar grandes campañas mediáticas y subvencionadas: cuando no era Azaña eran las brigadas internacionales, o la represión franquista, o Companys, o los niños de la guerra...  Solo les ha faltado homenajear directamente a las checas.

Y todo ese emporio de dinero, poder, fama y prestigio ¿va a venirse abajo de pronto, por obra de unos cuantos tipos al margen de las estructuras oficiales, que tienen la desvergüenza de no sacar cuartos del erario y vender muchos libros? Tal posibilidad estremece de indignación a Reig. Y no le falta razón. Si los "revisionistas" somos veraces, ellos no pueden serlo, y viceversa. Las divergencias de enfoques, métodos y conclusiones son tan de raíz como las que llevaron a la caída del muro de Berlín. La industria, pues, está en peligro, ya da señales de ruina y, al final, el método de la Comintern termina volviéndose contra quienes lo emplean. En cambio sigue en pie la exigencia de Payne: el debate debe realizarse "en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales".

La siguiente observación la he hecho otras veces, pero he de reiterarla ante la incesante repetición del ataque: la etiqueta de franquista cuadra mucho más a estos señores que a mí, pues gran parte de ellos hicieron su carrera en el funcionariado franquista y desde familias del régimen, mientras yo luchaba contra este. El mismo profesor Reig, un caso entre tantos, es hijo de quien fuera director del NODO. Cosas de la vida.

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