Ignacio Cosidó
El Gran Hermano
ETA entendió pronto que sólo rompiendo el Pacto por las Libertades y superando la Ley de Partidos podía garantizar su supervivencia
Lo más inquietante del pacto que Zapatero busca con ETA es la pervivencia de la banda terrorista más allá del acuerdo alcanzado. Los terroristas han dicho que pueden silenciar las armas, pero que no entregarán las pistolas. ETA seguirá así existiendo en la paz de Zapatero, como un Gran Hermano que vigilará el cumplimiento de todas y cada una de sus exigencias hasta alcanzar el último de sus delirios totalitarios.
La exclusión de los terroristas del juego democrático, a través de la Ley de Partidos, ha sido sin duda la acción más eficaz en la lucha contra ETA en las tres últimas décadas. En mi opinión, aún más relevante que el propio debilitamiento táctico y logístico experimentado por la banda fue la negación a los terroristas de una presencia simultanea en dos ámbitos incompatibles: el juego político y el ejercicio de la violencia. ETA podía seguir matando, afortunadamente cada vez menos, pero la vigencia del Pacto por las Libertades hacía que sus asesinatos perdieran todo sentido estratégico para la consecución de sus fines. Es más, muchos en la denominada Izquierda Abertzale empezaron a entender que el terrorismo se había convertido en un lastre para poder alcanzar algún día sus objetivos políticos y que ETA había pasado de ser la vanguardia en la lucha por la liberación de Euskadi a convertirse en una rémora para sus aspiraciones soberanistas.
La decisión de excluir a un sector minoritario pero significativo de la sociedad vasca del juego democrático sólo pudo formularse en un momento de madurez democrática, amparándose en un amplio consenso político y alentados por una movilización social sin precedentes contra el terror. Se hizo además con una enorme altura de miras, obviando los efectos electorales y políticos inmediatos de una medida que no favoreció los intereses partidistas de sus promotores, pero que constituyó un paso decisivo en el triunfo de la libertad.
ETA entendió pronto que sólo rompiendo el Pacto por las Libertades y superando la Ley de Partidos podía garantizar su supervivencia. La estrategia de la serpiente para lograr ambos objetivos fue tentar al nuevo morador del paraíso monclovita con una manzana envenenada de la paz. Rodriguez Zapatero mordió con entusiasmo el fruto prohibido y entabló muy pronto y a escondidas la negociación con el diablo. Intentó incluso que su compañero de Pacto mordiera también esta jugosa manzana, pero el Partido Popular decidió que tras la brillante capa de la paz se escondía la fruta podrida del terror.
El objetivo de ETA era retrotraerse a la situación previa al Pacto por las Libertades y a la Ley de Partidos, es decir, a una realidad en la que fuera compatible la violencia y la amenaza con su plena participación en el juego democrático. Los terroristas, magnánimos, estuvieron dispuestos incluso a renunciar al asesinato, no a otras formas de terrorismo, al menos durante el tiempo que dure su proceso de rehabilitación política. Es triste reconocer que con su estrategia los terroristas han logrado ya romper el Pacto por las Libertades y no se encuentran lejos de poder lograr burlar la Ley de Partidos.
El drama para los demócratas es que la pervivencia de ETA es en buena medida el triunfo de los terroristas. Mientras ETA exista, mientras mantenga la amenaza de asesinar, incluso aunque no necesite hacerlo, cualquier acuerdo político en el País Vasco estará contaminado por el germen antidemocrático de la violencia y podrá ser legítimamente interpretado como una cesión al chantaje de los terroristas.
La peor traición a su propio proceso se la ha hecho Rodríguez Zapatero a si mismo. El presidente ha anunciado solmene y recurrentemente que en este proceso primero era la paz y luego la política. Nunca nos fiamos que aún separándolos en el tiempo ambos procesos no estuvieran conectados. Pero tras la presión de los terroristas en los últimos meses, el presidente del Gobierno ha accedido a que primero paguemos un inadmisible precio político en la esperanza de que eso calme la sed de sangre de los asesinos.
Zapatero, atrapado en el laberinto en el que le ha introducido ETA, no parece entender dos realidades políticas muy elementales. La primera es que los totalitarios son insaciables por el hecho de serlo y ETA es sin duda la organización más totalitaria que pervive en la Europa democrática actual. La segunda, es que han muerto ya demasiados españoles en sus manos como para dar a los asesinos el margen de confianza que el presidente quiere darles para que no vuelvan a matar. Ni se lo merecen los asesinos, ni se lo merecen las victimas a las que ya asesinaron. Es imprescindible que el Gran Hermano desaparezca para que quienes le representan políticamente puedan volver a ser admitidos en la casa de la libertad.
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