Ultras
La llamada a la "ultraderecha", por otro lado, es un nuevo bidón de gasolina de este presidente incendiario, que en nombre de la paz busca con todos los medios a su alcance el mayor enfrentamiento entre españoles, la división más sectaria y dolorosa.
El proyecto de Zapatero, muchas veces lo hemos dicho, es el de un izquierdista radical. Tiene de la Historia de España (que desconoce) una visión muy negativa, lo mismo de su situación institucional presente. Por otro lado, está poseído por una idea muy clara de en qué quiere transformarla y una voluntad inflexible de lograr su propósito, animado como está por el profundo convencimiento de ser agente del bien y del progreso. Si le suena al lector a sistemas históricamente fracasados, tanto en Alemania como en Rusia y otras partes del mundo, no crea que es mera casualidad.
ZP, como otros visionarios escatológicos del siglo XX, no tolera que nadie se oponga al cambio que él está dispuesto a realizar. Y abraza una táctica retórica clásica del marxismo: llamar al centro "ultraderecha", para situar la izquierda más extrema en un centro forzado. Dice que lo que él llama "ultraderecha" quiere desacreditar las instituciones, cuando si uno observa las críticas que se le hacen resultan exactamente opuestas: una defensa clara –y valiente– de las instituciones de nuestra democracia, surgidas en la Transición, frente al revisionismo institucional del Gobierno que quiere enlazar el presente con un pasado más antiguo y de trágicas reminiscencias: la Segunda República.
La llamada a la "ultraderecha", por otro lado, es un nuevo bidón de gasolina de este presidente incendiario, que en nombre de la paz busca con todos los medios a su alcance el mayor enfrentamiento entre españoles, la división más sectaria y dolorosa, para que las resistencias a sus planes sean más débiles.
Llamar a una cosa su contrario, postularse como defensor de unas instituciones que está violentando a marchas forzadas para convertirlas en otra cosa, denominar "ultraderecha" a lo que no puede considerarse fuera del centro político, arrogar para sí la palabra paz cuando su Gobierno hace del odio su política cultural, tiene cierta eficacia. Zapatero cuenta con una grey deseosa de recibir consignas. Pero no es mayoritaria. Basta mantenerse en el sentido común y el respeto a la verdad para desmontarle.
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