EDITORIAL
Profetas de la servidumbre
El uso moral de la razón es lo que distingue a la civilización de la barbarie, y en particular, es lo que hace del todo inviable la fantasía de una civilización común de cristianos y musulmanes
La corriente de sectarismo anti-occidental acaba de alcanzar una cota de falsificación e indigencia difícilmente superable, con la aportación de Juan Luis Cebrián a la llamada "Alianza de Civilizaciones". Sostiene el preboste de PRISA y antiguo jefe de los servicios informativos de la televisión franquista, que el cristianismo ha sido una rémora que ha impedido el florecimiento de una civilización de civilizaciones, una arcadia del progreso y la democracia donde (de haberse podido realizar) el Islam habría desplegado su ilustración tolerante, dando lugar así a una sociedad auténticamente abierta y multiculturalista. Sin la "insidiosa Reconquista ibérica", como también sin las Cruzadas o la Inquisición, habría florecido en Europa una "civilización ecuménica y no sincrética" en la que (atención al símil) musulmanes y cristianos habrían convivido como conviven "la Europa de la cerveza y el vino, la de la mantequilla y el aceite de oliva". Asegura sin rubor el poderoso académico de la lengua que estamos a tiempo de rescatar esa utopía y que el medio de conseguirlo es la Alianza de Civilizaciones impulsada por José Luis Rodríguez Zapatero bajo la cobertura institucional de Naciones Unidas.
Extracto de una alocución para el homenaje dedicado a Juan Goytisolo el pasado 11 de septiembre en Marraquech, el artículo publicado este domingo reúne méritos sobrados para encabezar una antología de la quimera y el odio a partes iguales; un libro de iluminaciones delirantes donde este autor plúmbeo y pretencioso se encontraría consigo mismo, pues no es la primera vez que confunde la arrogancia con la temeridad intelectual para denostar, con ínfulas de gurú progresista, la forma de vida que le permite medrar desde la mediocridad y la impostura.
En su día, su ataque empozoñado a la integración de un frente constitucionalista en el País Vasco, por socialistas y populares, fue asumido como dogma de fe por el PSOE para acabar rompiendo con el PP y emprendiendo la senda de cesión al nacionalismo radical, un camino que ha degenerado en el estado de genuflexión en el que se encuentra el Estado actualmente ante la banda terrorista ETA. Nunca tan pocas luces y tantas mentiras causaron tanto daño a la libertad.
Ahora arremete contra la civilización occidental, siguiendo esa moda quintacolumnista de la que se sirve el islamismo fanático para quebrar la seguridad de Occidente en la validez universal de sus propios valores.
La razón es la piedra angular de un auténtico estado de civilización. Sin el concurso de la razón, no hay dignidad ni libertad humanas, pero tampoco es posible el ejercicio de la fe, tal y como ha recordado el Papa en su incomprendido discurso en la Universidad de Ratisbona (Alemania). El uso moral de la razón es lo que distingue a la civilización de la barbarie, y en particular, es lo que hace del todo inviable la fantasía de una civilización común de cristianos y musulmanes como la que propugna con calculado instinto autodestructivo uno de los guías espirituales de la izquierda gobernante en España, tan radical como intelectualmente inane. ¿Cómo, si no es desde el odio a la libertad, puede proponerse que la civilización racionalista se avenga a ceder el paso a las esencias viscerales, violentas e intolerantes contenidas en el Corán, sí, en el Corán, por más que le pese incluso a los partidarios de la corrección política y la equiparación de credos?
Es evidente, para cualquiera que sienta un mínimo respeto por la verdad, que los valores de la civilización judeo-cristiana, la dignidad de la vida humana, la libertad individual, la supremacía de la razón, no casan con los valores del Islam, una palabra que desde su propia etimología está llamando a la sumisión. Sólo si el Islam renunciase a sus valores y adoptase los de las otras dos confesiones del Libro, algo que, evidentemente, no piensan proponer jamás sus líderes, podría hablarse de un estado de civilización propiamente dicho. Mientras tanto, lo único que cabe hacer para vivir en paz es fomentar el diálogo y el respeto mutuo, como ha postulado Benedicto XVI, pero también, y desde la perspectiva de los valores occidentales, defender con firmeza la razón y la libertad humana de cualquier intento de regresión fanática. El papel de un líder espiritual y un intelectual honesto es exactamente el que está desempeñando Benedicto XVI, frecuentar los puntos de no fricción. Pero el papel de los gobiernos de sociedades humanas libres es el de garantizar que sus valores van a prevalecer.
Lo que profetas de la servidumbre como Cebrián proponen es justo lo contrario. Al equiparar moralmente sistemas de valores que no son equivalentes, lo que en realidad postulan es que el valor de la sumisión acabe imponiéndose al de la libertad. La pregunta es, ¿por qué sería bueno defender algo así? Y las respuestas que brotan son, en todo caso, inquietantes.
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