Vuelta a la política
La película es tan rematadamente mala que ni siquiera logra transmitir que un Tercio español no se rinde, imbéciles, por mera bravuconería. Eso es cosa de malos pillastres. Un Tercio español no se rinde para nada, sino porque aspira a todo.
La tarde no daba para mucho. No tenía enemigos. Nadie me parecía suficientemente despreciable para dedicarle una columna. Pensé durante un rato escribir sobre la expresión "vuelta a la política" que, por otro lado, tantas buenas horas me ha hecho pasar, cuando quienes la utilizan son Hannah Arendt o Albert Camus; pero abandoné la idea al oír las simplezas que Zapatero dirigía al equipo de baloncesto de España. Regreso de inmediato a la realidad y levanto acta de lo visto. De fracaso en fracaso, Zapatero conduce a este país al suicidio.
¿Quién se le opone? Nadie. Esa es la tragedia. El panorama no es atractivo. La inteligencia española no existe. La derecha política no sabe qué es la cultura, menos todavía las ideas, para alcanzar la hegemonía política. La izquierda, por el contrario, lo sabe demasiado bien, por eso la ha reducido a mera agitación y propaganda. El periodismo libre apenas es algo más que una expresión, por ejemplo, la mayoría de las tertulias políticas de radio son un chiste, un horrible y frío chiste de tarde invernal, o un cúmulo de voces al servicio de algún jefecillo político. Apenas ruido. Los programas de debate político en televisión, o mejor, en las analógicas, no existen o son sólo pura propaganda socialista.
Entonces, ¿a que llamamos vuelta a la política? A nada y a todo. Demasiado planteamiento para un miércoles triste. Me voy al cine, amigos, y les cuento la experiencia. La alternativa es: o Alatriste o Vivir su vida. No lo dudo. Me meto en la de Godard. Entro en el círculo mágico de las palabras bien dichas, aunque sean en francés. Eso sí que es una vuelta a la política. El comienzo de la película francesa es espectacular. Dos cogotes aparecen en la pantalla. Dos cogotes que hablan. Dialogan. El diálogo es magistral. Aunque lejos estoy del encandilamiento que Francia siempre ha producido en los "intolerantes de la impiedad", reconozco que si una película refleja la cultura de un país, ésta representa magníficamente la cultura actual de nuestros vecinos franceses.
Hay algo en la película de Godard que nos engancha. Hay un argumento y un mensaje. Hay cine. Vale por todo Alatristre. Estos dos cogotes valen, sí, por todo Alatriste, que he visto dos días después. Perdida de tiempo, de dinero y un cabreo considerable es lo que he sacado de este horrible producto ideológico. Nada. Algo, sin embargo, he aprendido sobre la industria cultural española. Ésta, de modo parecido a la industria política, es pura basura. Basura para masas descerebradas. Su inexistente trama narrativa, que es utilizada constantemente para introducir mensajes ideológicos tercermundistas y ridículos, la desconexión absoluta de unos planos con otros, que convierte la cinta en una yuxtaposición arbitraria de episodios, y su "todo vale" por conseguir alguna escena inspirada por Zurbarán, que sirve para repetir hasta la saciedad tópicos horrorosos de malos hispanistas sobre la historia de España, son los factores básicos para no recomendar la cinta.
Pero, visto de otro modo, debería de obligarse a los españoles a verla para saber que lo "narrado" o "expuesto", por decirlo de alguna manera, no tiene nada que ver con España. No me refiero ya a los valores fílmicos más o menos compartidos por todos los espectadores con cierta sensibilidad, por ejemplo, la actuación brillante de algunos actores, algunas escenas magníficas de batallas o el soberbio final. No, en efecto, no se trata de salvar una parte de la película y contar los errores sobre una "historia" que ni atrapa, ni engancha, ni encandila. Tampoco se trata de criticar la pesadez de una película de más de dos horas de duración. La esencia de la cosa es otra: hay que verla para saber que esa cinta es una filfa, sin sangre ni inteligencia, sobre España.
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