Evolución engañosa
El historiador alemán Joachim Fest ha dicho que "ahora ya no compraría un coche de segunda mano, propiedad de ese hombre" y el ex presidente Lech Walesa ha pedido que se le retire a Grass la ciudadanía de honor que le confirió la ciudad de Gdansk.
Helle Dale
Justo cuando los alemanes se felicitaban por haber desarrollado un sano estilo de patriotismo que se pudo observar durante el Mundial de fútbol, el escritor ganador del Premio Nobel, Günter Grass, hizo volver al país a un ardiente debate sobre la era nazi con la revelación de su pasado en las Waffen SS. A las generaciones más jóvenes de alemanes les debe parecer que no hay posibilidad de escapar del pasado ni de dejar de reconsiderar una y otra vez los pecados de sus padres o abuelos.
El Mundial de fútbol, que fue organizado por Alemania y en el que el país llegó hasta cuartos de final, suscitó una oleada de patrióticas banderas alemanas agitándose de la manera que cualquier aficionado al deporte reconoce. Grass, en contraste, ha logrado encarnar en su persona y en sus libros la seducción del fascismo y del autodesprecio alemán que vino a continuación. Ahora también resulta haber padecido de hipocresía suprema.
Esto no debería ser una sorpresa viniendo de un icono de la izquierda europea, en la que la doble moral suele ser un estilo de vida. Lo irónico en este caso es que la nueva autobiografía de Grass, "Pelando la cebolla", probablemente venderá muchas más copias debido precisamente a su vergüenza personal. Su servicio a los 17 años en una unidad antiaérea de las SS fue revelado por Grass en una entrevista en vísperas de su lanzamiento. Incluso se ha insinuado que la revelación es un truco publicitario.
A partir de ahora, por haber mantenido su condenatorio secreto durante tanto tiempo, Günter Grass debería haber perdido el derecho de presentarse como importante portavoz de la generación alemana de los años 50 y 60, cuya rebelión generacional contra sus padres tomó la forma de desprecio por la era nazi de Alemania y de culpabilidad colectiva por el Holocausto. El libro de Grass "El tambor de hojalata", publicado en 1959, fue quizá la obra más importante de este movimiento. Es la historia de un enano, un chico que como protesta contra el mundo que le rodea, detiene su propio crecimiento. Desde la ventajosa posición del niño de 5 años a perpetuidad, el enano, Oscar, observa el ascenso del fascismo y el ocaso del mundo de Gdansk (por entonces la alemana Danzig) hundiéndose en las tinieblas.
Su protesta fue en reacción al sentir del momento entre los alemanes. Durante décadas después de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes pusieron todas sus energías en la reconstrucción de su destrozado país. Reconciliarse con su pasado –o según la magnífica palabra alemana Vergangenheitsbewältigung– no estaba en la lista de prioridades nacionales. En realidad no lo estuvo hasta bien entrado el final de los años 70 con la serie de televisión "Heimat" (que significa "Patria", pero también "Hogar") que los alemanes siquiera se permitieron hablar abiertamente o con nostalgia sobre los sentimientos por su país.
A la izquierda que se autoerigió en conciencia de una generación le será difícil hacer frente a la revelación de Grass. Grass compartió este papel con otros escritores izquierdistas como Henrich Boell y Rolf Hochhut. Fue la controvertida obra de Hochhut, titulada "El Vicario" –sobre la complicidad del Papa Pio XII en el Holocausto– la que fue cuestionada hace un par de años por contener errores históricos. Por eso, en la actualidad, los intelectuales alemanes que se adjudicaron el papel de jueces de sus compatriotas se ven ahora bajo un mayor escrutinio.
Grass se ganó muy bien la vida e hizo una muy respetada carrera juzgando a otros. Estuvo entre los más enérgicos críticos del ex canciller Helmut Kohl, cuando éste tomó la desafortunada decisión de visitar y dejar una corona en una ceremonia con el presidente Reagan en el cementerio de Bitburg en 1985; desafortunada porque resultó que había soldados de la SS enterrados allí.
Hoy, todo lo que Grass tiene para decirle a sus críticos es "Lean mi libro" y "Dejen a los que quieran juzgar, que juzguen". Sin duda alguna lo harán y es más que justo que lo hagan. El historiador alemán Joachim Fest ha dicho que "ahora ya no compraría un coche de segunda mano, propiedad de ese hombre" y el ex presidente Lech Walesa ha pedido que se le retire a Grass la ciudadanía de honor que le confirió la ciudad de Gdansk. Desgraciadamente, el comité sueco del Premio Nobel ha dicho que no piensa pedirle a Grass que devuelva el premio.
Si Grass hubiese admitido años atrás este oscuro episodio de su pasado, sus libros se habrían leído más como una confesión que como un comentario social. No hubiera habido nada malo en ello. Y su reputación por honradez intelectual estaría intacta. Después de 60 años de secretismo, esa reputación no se puede reconstruir.
©2006 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg
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