Londres como repaso
Molestar a una viejecita sueca o a un estudiante japonés para que Mustafá no se sienta discriminado es verdaderamente muy fuerte y el primero en comprenderlo debiera ser el santo de Mustafá.
Londres remacha, lo confirma todo, pero no enseña nada que no supiéramos. Nueva oportunidad a los que les quedó la asignatura para septiembre. Pero siempre habrá quien desperdicie el verano porque en ello le van sus juegos de poder nacionales en la puja por una democracia sin oposición, del bracete de los antisistema y con los conservadores en las catacumbas. Quizás un pequeño detalle se nos había escapado. Los líquidos en los equipajes pueden ser más peligrosos que los tacones de los zapatos. A seguir descalzándose y con ley seca. Ya no será posible ahorrarse el tiempo de la cinta transportadora en viajes cortos. Si tras esperar te han perdido el equipaje estás perdido. Nada para una emergencia. Pronto habrá que darle la vuelta a los bolsillos y ni un pañuelo para sonarse. Cortesía del islamo-fascismo de la jihad internacional.
Pero todas esas incontables molestias y los correspondientes encarecimientos del transporte aéreo, y lo que nos aguarda, no servirán para que aprendamos otra leccioncita que tenemos ante las narices. Para esa y algunas otras hará falta, por desgracia y por tragedia, más de lo mismo. Para algunos mucho más. Es altísimo el precio de someternos a la corrección política, no sólo en los costes señalados, sino, lo que es más importante, por una enorme pérdida de eficacia en forma de dilapidación de recursos limitados al tratar por igual a todo el mundo. El peligro viene siempre del mismo lado. Sin duda de una minúscula parte, pero qué se le va a hacer. ¡Cuánto mejor sería que muchos menos justos pagasen por los mismos pecadores! Molestar a una viejecita sueca o a un estudiante japonés para que Mustafá no se sienta discriminado es verdaderamente muy fuerte y el primero en comprenderlo debiera ser el santo de Mustafá, que tendría que mostrar su buena voluntad aceptando resignadamente un cierto grado de atención aeroportuaria preferencial y maldiciendo públicamente a los que utilizan su fe para llenarla de oprobio y crearle problemas. Lo contrario es injusto, estúpido y arriesgado.
Sólo avanzamos, por tanto con lo de los líquidos. Pero lo mismo que con la nocividad de la corrección política también aquí nos encontramos con que la lección no tiene nada de nueva. Los expertos llevaban tiempo diciéndolo pero al público no se le puede hacer tragar la amarga píldora hasta que no le ve las orejas al lobo, en esta ocasión, afortunada y excepcionalmente, de forma incruenta. Y eso sí que es una primera vez que sería buenísimo que se repitiera, breva que no caerá porque parece ser contraria a la naturaleza humana. Por una vez se le ha dado importancia a lo que no pasó, aunque se olvidará mucho antes que el 7 de julio londinense del pasado año o cualquier otra aciaga fecha por más que esto prometía ser mucho, mucho más importante. La policía británica ha dicho que desde la última masacre ha desactivado cuatro grandes atentados. Bismark decía que la gente aprende de la experiencia propia; él de la de los demás. Nosotros debemos valorar lo que no pasa tanto como lo que sí.
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