La locura de la ONU es contagiosa
Israel no comenzó esta guerra, sino que fue Hezbolá quien atacó y secuestró en suelo de Israel a sus soldados. Por lo tanto, las acciones adoptadas por las autoridades de Tel Aviv no son ofensivas, sino de defensa nacional.
La ONU hace años que se convirtió en una plataforma de cinismo antioccidental. Su búsqueda desesperada de la paz internacional ha llevado en numerosas ocasiones, demasiadas, a auténticos genocidios. La ONU siempre ha entendido la diplomacia como sinónimo de apaciguamiento. Es más, la ONU está hecha a base de miembros antidemocráticos y corruptos y no ha sabido resistirse en gran medida a su influencia. La mejor prueba son los sucesivos escándalos –aún sin acabar– del secretariado internacional.
Por eso no era raro la renuencia de los Estados Unidos a cuanto se cocía en una sede que le era crítica y que, además, pagaba en sus dos tercios de presupuesto. La denominación de John Bolton como nuevo representante norteamericano ante la ONU se interpretó como un gesto de dureza por parte del presidente americano hacia la organización. Quienes quisieron ver un impulso reformador de la ONU ha tardado poco en despertarse de su sueño. No sólo la ONU es irreformable, sino que su enfermedad es contagiosa.
No hay otra explicación para el cambio de actitud de la administración americana respecto a la resolución de la ONU sobre el actual conflicto en el Líbano. Con el acuerdo entre Washington y Paris sobre un borrador de resolución –que será pasada a votación en las próximas horas y aprobada– Israel se ha quedado solo. Tal y como han acordado los diplomáticos de ambos países, el proceso de paz en el Líbano se compondrá de dos resoluciones, esta primera que llamará al cese de "las acciones ofensivas" de Israel y una posterior, que pedirá el desarme de Hezbolá. La responsabilidad de mantener la paz en el sur del Líbano quedará en manos de la misión que la ONU tiene en ese país, la UNIFIL, con el posible refuerzo de lo que aporten algunos de sus miembros.
Esta resolución nunca debería aprobarse y menos contar con el apoyo de la administración Bush. Por varias razones de principio. Primero, confunde los términos de agresor y agredido. Israel no comenzó esta guerra, sino que fue Hezbolá quien atacó y secuestró en suelo de Israel a sus soldados. Por lo tanto, las acciones adoptadas por las autoridades de Tel Aviv no son ofensivas, sino de defensa nacional. La resolución de la ONU, prestándose a la manipulación mediática de Hezbolá, confunde lo táctico con lo estratégico.
En segundo lugar, esta propuesta de resolución padece de una fuerte amnesia. Ya existe una resolución del Consejo de seguridad exigiendo el desarme de las milicias de Hezbolá, la 1559 de hace más de un año y que nunca se ha ejecutado. Y no se ha hecho porque, sobre todo, Hezbolá nunca se ha sentido vinculada por ninguna resolución o acuerdo de la comunidad internacional. No hay razón alguna que lleve a pensar que en esta ocasión sí querría cumplir con algo que ya se le requirió en su día.
Por último, dejar en manos de la UNIFIL el desarrollo de las provisiones de la resolución para el sur del Líbano es querer cegarse a la realidad. En sus décadas de existencia, desde su creación en 1978, la misión de la ONU ha sido absolutamente ineficaz, si no contraproducente, para asegurar la paz en la zona. En cuanto a posibles contingentes franceses y norteamericanos conviene recordar que ya fueron expulsados en 1982 del país gracias a ataques suicidas de Hezbolá, por lo que, sin modificar la mentalidad y actitud de los terroristas islámicos, está por ver cuánto aguantarían si se ven sometidos a hostigamiento y ataques. Creer que el ejército libanés puede resolver los problemas en la zona también es un ensueño más, pues está trufado de simpatizantes de los islamistas radicales.
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