Ignacio Cosidó
Destruir la Transición
Zapatero utiliza la historia, su propia versión sesgada de la historia, como un arma arrojadiza para tratar de aislar y destruir al adversario político
La transición democrática, que trajo la libertad a España tras cuarenta años de dictadura franquista, es sin duda uno de los acontecimientos más felices de nuestra larga historia como Nación. Es un proceso que ha recibido un inmenso reconocimiento internacional y que muchos países han tomado como modelo para transitar desde regimenes totalitarios a sistemas democráticos, aún partiendo de contextos históricos muy diferentes al nuestro. Esa gran obra colectiva, de la que todos los españoles podemos sentirnos legítimamente orgullosos y agradecidos, es la que ahora intenta destruir con insistencia el actual presidente del Gobierno.
Cuesta entender qué razones puede tener Rodríguez Zapatero para intentar destruir una obra política que no sólo constituyó un éxito en sí mismo, sino que ha traído a nuestro país tres décadas de paz, prosperidad y libertad casi inéditas en nuestra historia reciente. No es fácil sistematizar esas razones porque es muy posible que el propio Zapatero no sepa muy bien qué es lo que pretende, pero hay al menos tres argumentos para explicar lo inexplicable más allá de la temeridad o la insolvencia: el resentimiento personal, la supeditación absoluta del interés general al interés de partido y la propia debilidad de las convicciones democráticas del presidente.
Rodríguez Zapatero ha dado abundantes muestras de no haber superado aún la muerte de uno de sus abuelos durante la Guerra Civil. Haber perdido un familiar o haberlo tenido encarcelado en condiciones a veces inhumanas es un hecho triste al que muchos españoles hemos tenido que enfrentarnos, pero que en su inmensa mayoría hemos superado y, en algunos, incluso perdonado. El presidente, por el contrario, ha hecho gala de un rencor insuperable por esa lejana pérdida, al parecer no sólo de un familiar, sino de un mito personal.
En todo caso, es un rencor interesado. La muerte de su abuelo constituye para Zapatero una justificación histórica de muchos de sus posicionamientos políticos, incluyendo aquellos más sectarios o equivocados. Cuando una victima del terrorismo le criticaba recientemente su voluntad de negociación con ETA después del daño que habían ocasionado a su familia, él respondió que la entendía muy bien porque él también había perdido a su abuelo en condiciones trágicas. En el simplismo mental de Zapatero, la muerte de su abuelo hace setenta años estaría así justificando moralmente hoy una claudicación ante los terroristas.
Hay además un interés partidista en este intento de destruir la Transición. Zapatero utiliza la historia, su propia versión sesgada de la historia, como un arma arrojadiza para tratar de aislar y destruir al adversario político. El presidente considera que la confrontación y la crispación le son hoy más rentables electoralmente que la concordia y la conciliación que caracterizaron e hicieron posible la transición democrática. Es dudoso que una política de enfrentamiento y división de los españoles como la que propicia Zapatero pueda resultar rentable electoralmente para su propio partido a largo plazo, pero lo que podemos estar seguros es que esa política resulta nefasta y destructiva para nuestra convivencia y para el interés general de los españoles.
Más allá de estas razones personales o partidistas hay un poso antidemocrático en la actitud de Rodríguez Zapatero. Para el presidente, la referencia política no son ya los demócratas, incluyendo muchos demócratas socialistas, que hicieron posible el triunfo de la libertad en España hace ahora tres décadas. Para Zapatero el referente democrático se sitúa en unos líderes republicanos que contribuyeron en gran medida a que se desencadenara el mayor desastre de nuestra historia: la Guerra Civil. El presidente parece así no sólo empeñado en reinventar España como no-Nación, sino en liderar una segunda transición que conecte nuestra legitimidad democrática actual directamente con la Segunda República, obviando así el pacto de reconciliación sellado en nuestra anterior transición democrática. La Ley aprobada por el Consejo de Ministros este viernes es un paso más en ese proceso de reconstrucción histórica.
Ignacio Cosidó es senador del PP por Palencia
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