El lenguaje como presentación
Desde que las insignias se llaman pins, los maricones gays, las comidas frías lunchs, y los repartos de cine castings, este país no es el mismo: ahora es mucho, muchísimo más moderno.
Agustín Fuentes me envía una preciosa disquisición sobre la mano y el lenguaje. Ambos son dos instrumentos típicamente humanos, no especializados y versátiles, ambiguos y flexibles. Son las mejores herramientas del intelecto precisamente porque sirven para muchas funciones diferentes. Añado que en nuestra cultura (y en otras muchas) se "habla con las manos", y no solo los sordomudos. Resulta fascinante el gesto de una mujer cuando saluda a un hombre y no quiere revelar una gran confianza. En ese caso alarga la mano para estrechar la del varón. De esa forma ambivalente se evita el beso como saludo o reconocimiento, pero se añade algo más a las palabras rituales de saludo. Por el otro lado, el extremo de una acción de insulto o menosprecio es "llegar a las manos", es decir, recurrir a la violencia.
Javier Hueso (Madrid) "echa de menos esa casta de periodistas cuyo principal mérito eran su sentido común y su conocimiento de la gente y del idioma". Supongo que está pensando en figuras como César González Ruano o Jaime Campmany. Concluye don Javier: "Si no somos capaces de hablar y escribir con propiedad, ¿cómo seremos capaces de entendernos? A no ser, claro, que se trata precisamente de eso de no entendernos". Ahí le duele, don Javier, el lenguaje se emite para entendernos y también para confundirnos. El lenguaje es un complemento del vestido; sirve para lucirse, para presentarse ante los demás.
Joaquín Sempere me envía el texto de una carta que envió al programa de Luis del Olmo. Vale la pena reproducirla tal cual:
Desde que las insignias se llaman pins, los maricones gays, las comidas frías lunchs, y los repartos de cine castings, este país no es el mismo: ahora es mucho, muchísimo más moderno. Antaño los niños leían tebeos en vez de comics, los estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de business, y los obreros, tan ordinarios ellos, sacaban la fiambrera al mediodía en vez del tupper-ware.
Yo, en el colegio, hice aerobic muchas veces, pero, tonta de mí, creía que hacía gimnasia. Nadie es realmente moderno si no dice cada día cien palabras en inglés. Las cosas, en otro idioma, nos suenan mucho mejor. Evidentemente, no es lo mismo decir bacon que panceta, aunque tengan la misma grasa; ni vestíbulo que hall, ni inconveniente que handicap... Desde ese punto de vista, los españoles somos modernísimos. Ya no decimos bizcocho, sino plum-cake, ni tenemos sentimientos, sino feelings. Sacamos tickets, compramos compacs, comemos sandwiches,vamos al pub, practicamos el rappel y el raffting , en lugar de acampar hacemos camping y, cuando vienen los fríos, nos limpiamos los mocos con kleenex.
Esos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres y han mejorado mucho nuestro aspecto. Las mujeres no usan medias, sino panties y los hombres no utilizan calzoncillos, sino slips, y después de afeitarse se echan after shave, que deja la cara mucho más fresca que el tónico..
El español moderno ya no corre, porque correr es de cobardes, pero hace footing; no estudia, pero hace masters y nunca consigue aparcar pero siempre encuentra un parking.
El mercado ahora es el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking y el representante, el manager. Los importantes son vips, los auriculares walkman, los puestos de venta stands, los ejecutivos yuppies; las niñeras baby-sitters, y hasta nannies, cuando el hablante moderno es, además, un pijo irredento.
En la oficina, el jefe está siempre en meetings o brain storms, casi siempre con la public-relations, mientras la assistant envía mailings y organiza trainings; luego se irá al gimnasio a hacer gim-jazz, y se encontrará con todas las de la jet, que vienen de hacerse liftings, y con alguna top-model amante del yoghurt light y el body-fitness.
El arcaico aperitivo ha dado paso a los cocktails, donde se hartan de bitter y de roastbeef que, aunque parezca lo mismo, engorda mucho menos que la carne.
En la tele, cuando el presentador dice varias veces la palabra O.K., y baila como un trompo por el escenario la cosa se llama show, bien distinto, como saben ustedes, del anticuado espectáculo; si el show es heavy es que contiene carnaza y si es reality parece el difunto diario El Caso, pero en moderno. Ya no se realiza un programa, se hace un magazine.
Entre medias, por supuesto, ya no ponen anuncios, sino spots que, aparte de ser mejores, te permiten hacer zapping.
Estas cosas enriquecen mucho. Para ser ricos del todo, y quitarnos el complejo tercermundista que tuvimos en otros tiempos, sólo nos queda decir con acento americano la única palabra que el español ha exportado al mundo: la palabra SIESTA.
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