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José María Marco

Esquizofrenia

La actitud de la población española ante la inmigración magrebí indica que hay un problema latente, o al menos una distancia cada vez mayor entre la posición –o las simpatías– políticas y la realidad.

El fenómeno de la inmigración, tan reciente y tan masivo, está planteando en España nuevos retos. Entre los serios está el de la asimilación de los inmigrantes procedentes del norte de África. La evolución de la actitud de la población española es inequívoca. Cada vez se percibe con más reticencia la presencia de magrebíes en nuestro país.

Las razones son variadas. Una de ellas es el número, considerado excesivo. Otra, la fuerte islamización de la población inmigrante, con costumbres y valores, a veces defendidos militantemente, muy distintos de los de un país democrático y abierto, por lo menos hasta ahora. Y otra, probablemente, es la relación entre Islam y terrorismo. Se dirá que esta última es particularmente injusta. El caso es que la relación no se la han inventado los españoles, que la población musulmana moderada no manifiesta con claridad su repulsa por los múltiples actos terroristas cometidos por los islamistas, y que el Gobierno y sus medios de comunicación han venido insistiendo que el mayor atentado de la historia de España, el del 11 M, es de autoría islamista.

En este contexto, ¿qué sentido tiene que el presidente del Gobierno se haga una foto adornándose con el famoso pañuelo que se ha convertido en el gran símbolo del terrorismo palestino, cada vez más difícil de distinguir del islamista?

La primera explicación es que pretende movilizar en su favor una franja radical del electorado, la misma que acudía a las manifestaciones contra la Guerra de Irak para expresar una opción antisistema, antiglobalización y antinorteamericana.

Una segunda es que Rodríguez Zapatero da por seguro que una capa mucho más amplia de la sociedad española comulga con el mensaje sistemáticamente antisemita machacado desde casi todos los grandes medios de comunicación, en particular los medios públicos y los del polanquismo.

Una tercera es que Rodríguez Zapatero se cree de verdad su mensaje antisistema y antisemita, como parece creerse que de verdad llegará a fundar una nueva España con sus compañeros etarras y batasuneros.

Tal vez Rodríguez Zapatero haya empezado a llegar demasiado lejos. La actitud de la población española ante la inmigración magrebí indica que hay un problema latente, o al menos una distancia cada vez mayor entre la posición –o las simpatías– políticas y la realidad. En este punto los representantes políticos de la oposición deberían encontrar una forma de encauzar un cambio cultural y de valores que podría ser de gran calado.

O tal vez el fondo de la cuestión es que Rodríguez Zapatero esté representando como nadie, porque responde a algún rasgo esencial de su carácter, la esquizofrenia en la que parece estar sumergida buena parte de la sociedad española.

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