Verifiquemos el significado de las palabras
A la vista del referido comportamiento por parte de nuestros dirigentes políticos es el momento de la ciudadanía, y por ello, debemos expresar nuestra radical oposición ante lo que viene gestándose.
La situación es grave. Dramática me atrevería a decir. Los peores augurios que desde un primer momento se cernían sobre el "proceso de negociación" (en realidad de claudicación) del Gobierno del señor Rodríguez Zapatero con ETA-Batasuna se han confirmado y la pasada semana el diario proetarra Gara, en información que no ha sido desmentida por fuentes oficiales, anunciaba contactos entre responsables del PSE y de ETA-Batasuna desde febrero de 2004 (es decir, con anterioridad a la llegada al poder del señor Rodríguez Zapatero). Evidentemente, de confirmarse lo anterior, ello refrendaría las tesis de los que, desde un principio, sosteníamos que el Gobierno de la Nación estaba, además de jugando con fuego, traicionando a todos los españoles, pues el proceso abierto suponía, de facto, legitimar a los terroristas por un lado y, por otro, romper España.
Ante un horizonte tan distorsionado en términos políticos uno se pregunta: ¿qué tiene que negociar un Gobierno democrático con un grupo de asesinos confesos sin el más mínimo síntoma de arrepentimiento por los actos cometidos? Lo dramático, en este momento histórico, son frases como las de Patxi López a la salida de la reunión con Arnaldo Otegi, cuando afirmaba que aún se deberían realizar concesiones más amplias a los proetarras, concesiones que fueran más allá del simple acto de reunirse con ellos. Personalmente me sigo preguntando: ¿no reflejan tácitamente esas palabras y el mismo inicio del llamado "proceso para la paz" que el PSOE ya paga un precio político a la banda terrorista? Pero, es más, ¿dónde están, salvo contadas con los dedos de una mano, las voces críticas de mi partido, el PSOE, ante dicho "proceso"? ¿Dónde están todos aquellos que formaban parte de la Ejecutiva del PSE en tiempos de liderazgo de Nicolás Redondo Terreros y que justificaban la necesidad de unir a los dos grandes partidos (PSE-PP) para sacar del poder al nacionalismo vasco? Por cierto, una inmensa mayoría de esa Ejecutiva continúa en la actual, incluido Patxi López, y no muestran ni el mínimo sonrojo cuando se les cuestiona su cambio de postura. ¿Mentían entonces o mienten ahora? Cada vez que reflexiono sobre los interrogantes anteriores tiemblo y más cuando pienso que muchos de los que se sentaban con Fernando Buesa y conmigo en esa Ejecutiva hoy continúan sentados en la actual, habiendo sido capaces de negociar y realizar concesiones a los asesinos de Fernando.
Incluso, desde la experiencia personal acumulada en los últimos años, me atrevería a ir más allá y a afirmar que si todo esto le explotara en las manos al señor Rodríguez Zapatero –algo muy lógico porque quien pacta con asesinos y criminales siempre pierde–, veremos aflorar voces de dirigentes socialistas que hoy callan (y, por lo tanto, otorgan) y a otros que levantan su voz apoyando el "proceso" y que sostendrán sin sonrojarse que lo que ocurra en el futuro se veía venir, volviendo a subirse sin ningún pudor al caballo ganador.
A la vista del referido comportamiento por parte de nuestros dirigentes políticos es el momento de la ciudadanía, y por ello, debemos expresar nuestra radical oposición ante lo que viene gestándose. Cada paso, además de ser irreversible, nos acerca más al precipicio. No expreso nada original si manifiesto las consecuencias inderogables (en forma de precio político) que el Gobierno del señor Rodríguez Zapatero y, por derivación, todos los españoles tendremos que asumir a resultas del "proceso de claudicación ante ETA". En breve asistiremos a decisiones como la legalización de Batasuna, el reagrupamiento de los presos de la banda terrorista en las cárceles vascas o de comunidades limítrofes, procesos masivos de indultos a los asesinos y a sus cómplices, ejercicio del "derecho" de autodeterminación vía referéndum –pues esto era a lo que se refería el presidente del Gobierno cuando en su comparecencia ante los medios, en una sala contigua al lugar donde se reúnen los representantes de la soberanía nacional, afirmaba que respetaría el "derecho de los vascos a decidir"–, e incluso, a pretensiones territoriales del nacionalismo vasco sobre Navarra. Evidentemente, lo anterior se nos "servirá" en pequeñas dosis y de manera progresiva. Ahora bien, nadie debe dudar lo más mínimo que esta es la hoja de ruta establecida por ETA-Batasuna y que, nuestro Gobierno, de forma absolutamente irresponsable se muestra dispuesto a negociar.
Lo que cabe preguntarse es con base en qué extraña decisión el señor Rodríguez Zapatero ha accedido a aceptar como interlocutor válido a un grupo de criminales y, por lo tanto, a abrir una negociación legitimando sus reivindicaciones cuando la derrota definitiva de ETA por parte del Estado de Derecho parecía más cercana que nunca. Desde mi punto de vista podría existir una respuesta que me arriesgaré a expresar: ETA-Batasuna y el Gobierno de la Nación constituyen los dos actores que interactúan en este mal llamado "proceso para la paz". Cada uno de los mismos mantiene su hoja de ruta con sus correspondientes intereses. Los de ETA-Batasuna han sido ya expuestos, los del Gobierno se nos clarifican por momentos: cambio del modelo de estado y del modelo de sociedad como fórmulas para garantizar la permanencia indefinida en el poder. Ambos intereses posibilitan que esas dos hojas de ruta se unan y para evitarse problemas intentan anestesiarnos vaciando de significado a las palabras. Nos hablan de "nación" para referirse a lo que hasta ayer denominábamos "Comunidad Autónoma", de "negociación para la paz", de "diálogo", de "proceso democrático"... pero bajo términos como los anteriores se esconde la trampa que nos debilita y destruye. A las palabras se les han hurtado su sentido y les han hecho partícipes del ceremonial de la confusión, de la mentira. Para combatirlo debemos desenmascarar el engaño y manifestar públicamente la verdad. Verdad que se encuentra en "lo fáctico", es decir, en los hechos y, por lo tanto, en la realidad.
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