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De Hezbolá a Zapatero, con amor

Si a Santiago Carrillo lo hubieran alabado en la televisión de Franco, sus compañeros del PCE lo habrían decapitado. Pero que la televisión de Hezbolá agradezca las palabras de Rodríguez Zapatero no tiene consecuencia alguna dentro de nuestra España.

Que un grupo terrorista alabe las palabras de un político ya es grave y daría que pensar. Que los terroristas cortejen a un gobierno resulta todavía más sospechoso. Pero que un grupo terrorista islámico bendiga la política de Rodríguez Zapatero, colma ya el vaso que este gobierno se empeña en que todos los españoles bebamos amargamente.

Instalado en la malevolencia política que le caracteriza, el actual presidente del Gobierno español, ante la crisis abierta por Hezbolá con Israel, se apresuró a llamar a consultas a nuestro embajador –en un gesto tan insólito como aislado puesto que nadie le secundó en esta iniciativa– y en condenar las acciones de represalias israelíes, no tanto porque las considerara desmesuradas, sino porque Rodríguez Zapatero entiende que la mejor forma de vencer al terrorismo no pasa por oponerse a él sino negociar con los terroristas. Lo estamos viendo con ETA. No podía ser muy diferente con el terrorismo islámico.

Pues bien, sus palabras han encontrado una rápida respuesta. Pero no de la comunidad internacional que le tiene olvidado y que no se preocupa por lo que pueda decir nuestro sonriente presidente, sino del mismísimo grupo Hezbolá. Que El Partido de Dios (que es lo que significa Hezbolá) le agradezca a Zapatero, el secular acérrimo, sus posturas no dejaría de ser una mala broma. Pero es mucho más grave que sea un grupo que está en todas las listas de terroristas y que por su alcance geográfico representa al terror global, el que lo haga. Dice mucho –de sobra– sobre dónde se sitúa el actual gobierno español.

Si a Santiago Carrillo lo hubieran alabado en la televisión de Franco, sus compañeros del PCE lo habrían decapitado. Pero que la televisión de Hezbolá agradezca las palabras de Rodríguez Zapatero, desgraciadamente, no tiene consecuencia alguna dentro de nuestra España. Pero que no se equivoquen en La Moncloa, sí que lo tiene para nuestro entorno. Por ejemplo, la gira que por Washington han realizado la semana pasada Trinidad Jiménez y Pepiño Blanco, con la que querían convencer a la administración americana de que la política exterior española se iba a ir acercando a sus posiciones, no ha podido quedar más en ridículo. Y es que como dicen los propios norteamericanos, "este gobierno español nos lo pone muy difícil". El diálogo con ETA puede que sea visto con estupor, pero con la distancia de que es un asunto interno español; el apoyo a Hezbolá, sin embargo, no puede ser tolerado con la misma permisividad. Puede que al presidente le importe muy poco, concentrado como está en la destrucción de nuestro marco político de convivencia, pero al resto del mundo sí le importa que la nueva España siempre se alíe con los malos. Que se lo pregunten a Hezbolá esta vez.

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