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EDITORIAL

Incertidumbre

En este brindis suicida del presidente del Gobierno, todo permanece tras una cortina tupida y pesada en la que nada es lo que parece y en la que nadie conoce a nadie

La operación contra el aparato de extorsión de la ETA dictada ayer por los jueces Marlaska y Le Vert abre demasiados interrogantes como para pasar desapercibida. La lacónica, apresurada y nerviosa explicación de Rubalcaba no termina de convencer. No lo hace porque, desde que dio comienzo el mal llamado proceso de paz, el Gobierno ha tratado con guante de seda al entorno etarra y su Fiscal General se ha opuesto personalmente a ciertas medidas encaminadas a mantener el Estado de Derecho en funcionamiento.

Tal vez al Gobierno estas detenciones le han pillado por sorpresa, o tal vez no y el rasputinesco Rubalcaba tenga un nuevo as escondido en la manga. Por de pronto, ya se ha apuntado el tanto tratando de compatibilizar la persecución judicial con los buenos augurios que alberga para la negociación. Esto era de prever, y nada importa que, casi a la misma hora, Otegi resoplase desde San Sebastián asegurando que, lo de ayer, era "un ataque nítido y frontal a las esperanzas de paz".

Que el Gobierno y su contrapartida etarra tengan diferentes apreciaciones sobre el cerco policial no es reseñable, sí lo es, en cambio, que estas divergencias se produzcan en plena rendición de cuentas, en un momento en el que Zapatero se lo está jugando todo a un único caballo. ¿Es ajena la operación de Marlaska al enfrentamiento que el magistrado tuvo con Telesforo Rubio hace sólo dos semanas? ¿Hasta que punto tenía el Gobierno conocimiento de las detenciones? Estas y otras muchas cuestiones oscurecen un panorama tan ennegrecido como incierto.

Poco se puede esperar de un "proceso de paz" gestado a base de terrorismo callejero y atentados sin víctimas, de una apertura de negociaciones en la que la ETA sigue haciendo todo lo que solía menos matar. La trama de extorsión ayer descabezada lo pone de manifiesto. No deja de ser sorprendente que, junto a un puñado de históricos de la banda, la policía detuviese a Julen Madariaga, un "arrepentido" que hace años se reinventó a sí mismo postulando un independentismo no violento.

Esto, lo de Madariaga, da que pensar, y debería hacernos reflexionar a todos. Quizá el ecosistema etarra sea mucho más diverso de lo que nos figurábamos. Madariaga viene siendo desde hace una década uno de los adalides de la paz en el País Vasco. Su compromiso y buenas intenciones condenando los atentados de la ETA le han llevado a dar conferencias y a protagonizar documentales. El perfecto ejemplo del abertzale bueno que tanto regala los oídos de Zapatero. Todo para terminar detenido en una macro redada a cargo de dos jueces justo cuando la mesa de negociación está a punto de ser inaugurada.

Si la legalización de Batasuna vía EHAK, el partido tapadera de las pasadas autonómicas, fue coser y cantar, llegar al acuerdo que esperan con el entramado criminal quizá no sea tan fácil. Hasta es posible que, realmente, los etarras no tengan intención alguna de dejar de matar tal y como Txapote dijo ayer en la Audiencia Nacional. En este brindis suicida del presidente del Gobierno, todo permanece tras una cortina tupida y pesada en la que nada es lo que parece y en la que nadie conoce a nadie.

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